Camino andado / camino desandado

Texto realizado a partir del proyecto desarrollado por Carlos Montaño dentro de la Becas Hàbitat Artístic Castelló. Centro Municipal de cultura de Castelló y Espai d’art contemporani de Castelló. A partir del 9 de mayo de 2014.

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“No se puede considerar a la obra contemporánea como un espacio por recorrer (donde el «visitante» es un coleccionista). La obra se presenta ahora como una duración por experimentar, como una apertura posible hacia un intercambio ilimitado.” Nicolas Bourriaud Estética relacional

Hay al menos tres elementos que definen el proyecto realizado por Carlos Montaño en su estancia en Castelló dentro de la convocatoria Hábitat; un trabajo que viene derivado del tiempo de búsqueda, realizado en el tiempo de residencia y, se podría incluso argumentar, pese al tiempo de duración de ambos procesos. En primer lugar, su proyecto configura una relación entre el objeto principal expuesto y el territorio que recorre, ligeramente evocador de las obras artísticas que dejan su propia silueta (o bien huellas y marcas) en el material de donde surge, por ejemplo, en una plancha de acero o en el tablero de madera con el que se ha confeccionado. Seguidamente, aunque no en segundo plano, esta relación surge de su propia vinculación con el lugar, de la búsqueda de conciudadanos mexicanos que habiten en la ciudad y de la relación personal que se establece entre ellos y con determinados objetos que portaron en su viaje migratorio. Finalmente, se enriquece de las aportaciones que surgen en el proceso de trabajo (nuevos objetos adecuados a prácticas derivadas del trabajo agrícola, a su vez transformadoras del paisaje) y que le enfrenta a la nueva localidad donde llegó. Ya se sabe que siempre se viaja al destino con una idea preconcebida que evoluciona o simplemente muta en otra, al llegar allí. La clave está en entender estos cambios como el material adecuado para el trabajo.

El primer aspecto tal vez destaque sobre los demás por su presencia física insustituible. Los lados asimétricos de una estancia pequeña hechos de tablero pintado, son ofrecidos a tres ciudadanos mexicanos afincados en la ciudad para que recorran determinados trayectos con ellos. A cuestas, arrastrándolos, de la manera que ellos consideren, estas partes que conformarán un todo han de pasar por el territorio, por los caminales y las carreteras, por entre las acequias o entre el barro de espacios y lugares importantes para ellos. Las piezas deben ser el recorrido en sí, cuyas marcas dejarán testigo de ello. El artista graba estas acciones y las edita para ser ubicadas dentro del espacio casi confesional, de concentración, que se construye con las partes previamente arrastradas. Otra opción para el montaje de esta instalación es dejar los lados de la estancia desarmados y apoyados contra la pared, a modo de escena entre bastidores, a punto de significar alguna cosa diferente a lo que representa en ese momento. La casa a cuestas, aunque estas paredes no sean la casa, alimenta la necesidad de definición de uno mismo, de encuentro con los otros, y del contraste resultante entre el encuentro y lo que se lleva adosado, de propio.

El elemento intermedio es el encuentro con el lugar. Carlos Montaño busca trazar un paralelismo entre territorios claramente antagónicos, la casa y el afuera; lo común y lo desconocido. La clave está en cederle toda la carga personal y todas las pretensiones previas al proceso. Es el arrastre lo que determinará las huellas; y éstas las que conformarán la obra. Este proceder entronca definitivamente con los encuentros derivados: el garbell o la boquera como objetos funcionales dentro de una práctica agrícola centenaria que ahora, sacados de su contexto, devienen objetos simbólicos sobre los que proyectar las imágenes registradas de las acciones anteriores. Parece en este punto cerrarse un círculo que dispone de diferentes etapas o fases sobre los que trazar su circunferencia.

Los versos de Octavio Paz que actúan de título plantean la posibilidad de un ir y venir, de un hacer y deshacer que permitiera ajustar con la mayor precisión que fuera posible, es decir sin precisión alguna, el deambular por la propia vida. El proyecto de C. Montaño certifica esta dificultad con los medios de los que disponemos, es decir, con los surgidos y potenciados por la cultura, entendida en un doble sentido: como aquello que surge de nuestro paso por el mundo en tanto que habitantes de él y que atiende a los modos de relacionarnos entre nosotros y con la naturaleza; y como el resultado registrado, archivado, sintetizado, mostrado… de algunas de nuestras andanzas y del modo como las afrontamos. De ahí que se proyecten sobre los objetos, por el ejemplo sobre el garbell, no sólo la imagen circular ajustada a su diámetro de uno de los recorridos de los arrastres de la pieza, sino también información adjunta, a modo de ficha técnica, de los encuentros durante el tránsito y su apropiación por parte del artista, como un certificado de este paso.

En efecto, como indica Nicolas Bourriaud, “la obra contemporánea se presenta ahora como una duración por experimentar” donde el material de lo que se conforma ya no es, simplemente, el que podemos definir como necesario para su visualización y puesta en escena; sino con el devenir de esa duración, es decir, como el inasible material de que está compuesto el tiempo. Y consecuentemente, sigue Bourriaud, “como una apertura posible hacia un intercambio ilimitado”, que aquí el artista entiende como nudo entre lo aportado individualmente desde el inicio y lo obtenido tras el inefable paso del proceso con el lugar y con los otros. Un nudo que el artista definía a su llegada como la idea preconcebida de los lazos culturales imaginados, previstos, pero que no han sido tales tras el paso del tiempo y la consciencia del lugar.