Texto realizado con motivo del proyecto Baal de Maya-Marja Jankovic. Artes visuales, Nit de l’art, Castelló. 9 de mayo de 2014.
“A veces en las tardes una cara / Nos mira desde el fondo de un espejo; / El arte debe ser como ese espejo / Que nos revela nuestra propia caraâ€. Arte Poética, Jorge Luis Borges
Un principio de la consciencia de la identidad es el reflejo de uno/a mismo/a frente al espejo o en la superficie del agua, como narra el mito. Mirarse con los ojos puede resultar sorprendente al principio, pero asimilamos con gran rapidez lo que vemos, incluso puede que rápidamente nos guste. Sin embargo, llegar a entender racionalmente aquello que tenemos delante, nosotros mismos reflejados, un cuerpo y una cara que evoluciona, madura, decae, se dirige sin pausa hacia un final sabido… comprender todo esto una vez se toma consciencia de lo que representa, lleva toda una vida asimilarlo. Arrastrar y desarrollar este proceso es la vida misma.
Ante la incertidumbre y la pérdida, los mitos consiguen erigirse como relatos verosÃmiles, aunque bien sabemos que no son reales. Nos toman de la mano y nos guÃan hacia un final inventado que aplaca nuestra angustia. Si la Ilustración surgió como efervescencia de lo real y triunfo de la razón frente al mito lisonjero, la identidad se forjó tras nuestra constatación como humanos, es decir, como portadores de un cuerpo libre, liberado, y como una mente que aspira a la libertad más absoluta. Asà pues ¿dónde ubicar los mitos entre tanta certeza desnudada? ¿Qué lugar ocupan en un territorio a su vez delimitado por sus cualidades y sus faltas, por sus caracterÃsticas sociales y por el devenir de la cultura, es decir, un territorio al fin y al cabo a imagen y semejanza de la identidad que (le) define?
Maya-Marja Jankovic vuelve a plantear la cuestión de la identidad tras la instalación que llevaba por tÃtulo ¿Qué pasó con los dioses griegos?, realizada hace ahora dos años, hasta el punto de convertir la obra en una acción viviente que refleja oscuramente nuestra identidad, como mirándonos desde el fondo de un lugar ancestral. Los actores han invertido sus roles. Aquello que ocupa el lugar de la representación es aquà la propia realidad, vÃvida como una respiración. Los espectadores permanecen afuera, intentando mirar a través de un burladero que ha intercambiado, del mismo modo, su funcionalidad. Hay varios elementos dignos de reseñar en esta suerte de mise en abyme. Por un lado, el hecho de que la entrada a la sala esté negada al público y que éste sólo pueda acercarse a mirar por una rendija la acción que acontece adentro. Por otro lado, que el animal porte dos cámaras de vÃdeo insertadas en sus cuernos y que reproduzca imágenes en directo de su visión interior y lleguen hasta la mirada del público concentrado afuera. Finalmente, que todo reconstruya una versión actualizada del laberinto y su minotauro, y donde el hilo de Ariadna emite señales wireless para que encontremos el camino de vuelta. La imagen como demiurgo que trae luz y confiere sentido a lo que ocurre en un espacio vedado a nuestros pasos (como también dejó dicho Borges), pero igualmente a nuestra mirada. Del mismo modo, la Ilustración se enfrenta y se opone a la Iluminación con pruebas fehacientes y gestos definidos.
La cultura de un pueblo, de una civilización entera, se asienta en cuestiones básicas como la protección y la seguridad frente a lo desconocido. A través de elementos simbólicos que superan los grandes miedos y se instalan como imágenes definitorias, la tradición popular mediterránea adora al toro con la desvergüenza de quien, sintiéndose por encima del animal, se comporta muy por debajo de su condición. El arte de una época como la presente asume su rol como traficante de identidad, como inquisidor de la sociedad y el contexto donde se inserta y como elemento simbólico de una nueva lÃnea de tiempo de la historia. Y, ante todo, comprende que “debe ser como ese espejo / que nos revela nuestra propia caraâ€, de modo que no tengamos la tentación de mentirnos sin saber al menos que lo estamos haciendo.