Texto realizado con motivo de la exposición Discurso de incertidumbres, en 1 Mira Madrid. Hasta el 7 de noviembre de 2020.
La literatura sobre el arte contemporáneo tiene vedada la perspectiva temporal, porque ocurre siempre en el presente, en un ocurriendo. Aunque la distancia es lo que otorga a la teoría del arte su condición crítica, esta tiene que ver mucho más con la idea de límite que con la de una línea de tiempo definida, conformada en relación con —y a partir de— sus antecedentes, es decir, desde el punto de vista de su historiografía y de manera retrospectiva. Mientras que un límite, por su parte, nunca acaba siendo del todo alcanzado. Hablar del presente desde el presente es asegurarse un error lícito, es plantear la aventura del comprender como un ensayo continuado y no tanto como una novela estructurada o un poema tallado con concisión; es saberse partícipe de una teoría que palpa entre las sombras para adivinar las formas de aquello que toca, reconfigurándolas por el tacto y definiéndolas con las palabras tomadas de un vocabulario nuevo que se genera al usarse, sabedora esta teoría de que, si no toca, no puede creer; ni tampoco crear. Hay un punto de encuentro entre esta dificultad de relatar el presente y la incertidumbre que nos está provocando la pandemia: opinar sobre ella y actuar en consecuencia con lo que está pasando al mismo tiempo que se opina, es complejo y nos obliga a modificar el rumbo, las interpretaciones y nuestras conclusiones. Cualquier plan previsto se ha visto alterado; hemos de aprender a vivir la incertidumbre como se escribe un ensayo, sin un guion previo.
Asimismo, la teoría del arte ha necesitado asumir la importancia de las vidas y los cuerpos, de los procesos vitales o de las enfermedades virulentas de sus autores y autoras como un modo de referir el mundo y de entenderlo. Es la importancia que demuestran tener los relatos para hacernos comprender las cosas que pasan. Por varias razones, incluida la obviedad, aquello que analiza lo contemporáneo debe ser contemporáneo. Al mismo tiempo, y como propone Agamben, debe implicar un descasamiento o un desencaje entre el presente y nuestra mirada sobre este. Para hablar de lo que acontece al mismo tiempo que vivimos es necesaria una cierta distancia que, sin embargo, no se produce en lo temporal, sino en su no aceptación total, incondicional, de aquello que es presente. Más que el anacronismo extendido que supondría vivir en una época que no nos corresponde, se espera que haya un gesto anacrónico concentrado que pueda expandirse o dispersarse en la conciencia de esa distancia crítica necesaria.