TIEMPO Y MEMORIA. Registrar, enunciar, catalogar y releer

Fragmento del texto realizado para el volumen Arte español contemporáneo. 1992-2013. Editado por La Fábrica.

“Cuando los hombres mueren, se vuelven historia. Cuando las estatuas mueren, se vuelven arte. Esta botánica de la muerte es lo que llamamos cultura.” Les statues meurent aussi (Las estatuas también mueren, 1953). Alain Resnais y Chris Marker.

El tiempo marca cualquier actividad diaria de la vida y, como parte inseparable de ésta, también del arte y de su historia específica. La historia del arte es un recorrido temporal, retrospectivo, encaminado a encontrar en el presente de su lectura, el sentido de su trayectoria. En ese transcurrir secuencial, sintético y resumido, nos aproximamos al porqué de las acciones y sus reacciones resultantes, de las revoluciones y sus contras, de las vanguardias y sus tendencias como elementos inseparables de su contextualización histórica.

En otro sentido, el tema del tiempo es el gran tema del arte, esté más o menos implícito en su estudio previo o en sus resultados estéticos. Si algo hemos comprobado de la funcionalidad del arte a lo largo de su historia, es su cualidad perentoria. Los museos están repletos de ejemplos icónicos de obras pintadas, esculpidas o registradas realizadas hace siglos y que hoy continúan siendo testigos (subjetivados, pero testigos al fin y al cabo) de las personas y las sociedades donde fueron realizadas. Han perdurado más allá de la vida de los artistas que las idearon y produjeron, han llegado hasta nosotros en tanto que seres contemporáneos que las miramos y analizamos desde nuestro presente. Asimismo, y como elemento definitorio, la voz de los artistas y su autoría nos ha llegado en la mayoría de las ocasiones clara y diáfana, salvaguardada. Los artistas, algunos artistas, consiguen hacer perdurar sus obras y sus nombres muy por encima de la duración de sus vidas. Es decir, devienen eternos a través de la eternidad de sus obras. Como indica Georges Didi-Huberman en Ante el tiempo (2006), “la imagen a menudo tiene más memoria y más provenir que el ser que la mira”, y obviamente también, del ser que la realiza. ¿Es realmente del tiempo de lo que habla la cultura y el arte, o habla más bien de su deseo de eternidad, una condición no sólo relacionada con la vanidad intrínseca del ser humano, sino con la vinculación casi ya indiscernible entre resultado cultural y mercancía?

A propósito del tiempo y de su cualidad inaprensible, no resulta azaroso traer a colación los conceptos cronos y kairós, e intentar definirlos mínimamente. Ambos conceptos derivan del griego y, en apariencia, definen el Tiempo. Sin embargo, mientras que el primero se ocupa de lo cuantitativo del tiempo, es decir, representa la arbitrariedad aceptada, que ha estipulado el modo de fraccionarlo en segundos, minutos, horas, días…, el ”tiempo cronológico del reloj y del calendario”, tal como lo define Guadalupe Valencia García (Entre cronos y kairós, 2007), el kairós resulta menos fácil de definir y, así pues, también más complejo de aprehender. El kairós puede representar esa imposibilidad de ser en el tiempo, donde el momento presente se extingue de inmediato entre el pasado irremediable y el futuro imprevisible; pero también puede definir la oportunidad del momento por la que se deciden cosas decisivas que afectarán en un futuro más o menos lejano nuestras vidas. Es, por lo tanto, el tiempo subjetivo, el de la vivencia personal, que expande o contrae el cronos fraccionado e imparable y que convive inevitablemente con él. El filósofo romano Giacomo Marramao (Kairós. Apología del tiempo oportuno, 1992) lo explica utilizando una metáfora, afirmando que “la moneda del tiempo tiene dos caras. […] Sin embargo, la relación entre las dos caras de la moneda no es simplemente de oposición; no forman propiamente una antítesis, sino una red invisible de implicaciones y referencias mutuas”.

¿Parecería ajustado otorgar a la memoria, en relación a la Historia, la subjetividad que posee el kairós frente al cronos objetivado? Es decir, ¿podríamos aventurarnos a realizar un símil entre la búsqueda de la objetividad de la Historia con el tiempo cronológico y cronometrado, por un lado, y otro entre el tiempo subjetivado y personal con la memoria? Ante los hechos contrastados y actualizados que ofrece la historia para construir un relato colectivizado, la memoria puede ofrecer el peso pluma del recuerdo subjetivo. Esta levedad, sin embargo, adquiere una consistencia pétrea en cada quien que recuerda y evoca un pasado, y es una defensa a ultranza de lo sentido en primera persona o de lo recibido de mano de alguien familiar o próximo. Puede que sea ahí donde el arte se sitúa, al menos una parte importante del arte contemporáneo, que se da impulso en los modos de entender el presente para así rebuscar en su tiempo pretérito. La actualización y las relecturas, cuando no también las revisiones, son signos aventajados de nuestra actualidad. En palabras de José Palti, a su vez citado por Guadalupe Valencia (2007), el tercer criterio “aceptado comúnmente por la historiografía actual […] es la idea de la coexistencia de ‘una infinidad de temporalidades relativas, la contemporaneidad de lo no contemporáneo’.”

Esta sección reúne un conjunto de obras comprendidas en los últimos veinte años que han sido interpretadas desde la perspectiva de los grandes temas del tiempo y la memoria: dos conceptos tan abiertos y de sentido tan amplio que convierten cualquier aproximación en una tentativa azarosa. Por esto mismo, las obras se han agrupado a su vez en cuatro apartados que intentan deslindar un poco más el campo del análisis, definiendo el modo en que han sido concebidas o, si acaso, escogiendo la interpretación que se ha creído más afín a la intención primigenia del autor. Pese a ello, es conveniente advertir que hay obras que, estando en uno de estos apartados, podrían estar en alguno de los otros tres; bien porque la delimitación entre los conceptos se difumina en ocasiones y especialmente en casos concretos, bien porque cualquier intención de crear casillas que faciliten la labor compiladora de quien lo hace y cognitiva de quien lo lee se podrá entender como el intento de poner puertas al campo. Asimismo, al tratarse de un manual de arte contemporáneo que basa su fuerza en obras o series concretas de artistas y no tanto en el conjunto general de sus trayectorias, resultará inevitable y enriquecedor que la lectura que se haga de alguna de ellas amplíe su sentido hacia otras direcciones. Con independencia de la definición semántica de los cuatro conceptos, se les ha otorgado en este caso otros que tienen una relación directa con las prácticas artísticas que tienen en la imagen y en sus variados análisis realizados desde la práctica y la teoría, su principal objetivo. Estos cuatro apartados son: registrar, enunciar, catalogar y releer.