La revolución de la imagen impresa

Publicado en VA! Revista de fotografía, nº 1. Noviembre de 2011.

En las revoluciones conviene saber cuáles son nuestras armas. Para ello, es preciso previamente entender qué es una revolución y qué es, o qué puede llegar a ser, un arma. En el ámbito del arte visual, la revolución actual viene dada (e impuesta, tal vez en exceso) por la digitalización de la imagen, por su producción, difusión y consumo sin necesidad de apariencia física. Es por ello importante diferenciar entre imagen y fotografía, entendiendo ésta como la constatación física de una imagen, bien sea para denominarla objeto artístico, bien para que sea “leída” dentro del relato que se genera en el interior de una publicación, bien para que registre acontecimientos y su presencia resulte palpable. Más allá de configurar un lenguaje, las imágenes son un nuevo texto. Esto no impide que sigamos necesitando y empleando las palabras, aunque éstas apenas ya se manuscriban y se generen como imágenes en sí mismas, empleando formatos editables. Las relaciones personales y profesionales interactúan a distancia con una urgencia y una inmediatez desconocidas hasta ahora. ¿Quién puede dudar de que estamos, más que nunca, en continuo proceso?

Es por ello que debemos saber qué es una revolución y cuáles nuestras armas. Tomar aire en mitad de la vorágine nos ayuda a pensar qué hacer y cómo actuar cuando volvamos a integrarnos de pleno en ella, pues somos seres que, citando a Guy Debord, nos parecemos más a nuestro tiempo que a nuestro padre, y este es tiempo de vorágines. De hecho, pensar y tomar aire es seguir estando en la vorágine, por más que los alimentadores de vorágines, aquellos que deciden qué es estar o no inmerso dentro de ella y qué conviene hacer una vez implicados, pretendan desviar nuestra atención. La vorágine no es la revolución. La revolución es, en cualquier caso, responder ante la vorágine, ante su urgencia, ante los motivos por los que nos urge, ante los modos como nos obliga a urgirnos y el contenido de su impaciencia. Por lo tanto, nuestras armas son acciones: espigar, tomar aire, construir discursos para una audiencia interesada, ralentizar el ritmo de los acontecimientos que no generamos, conseguir llevar a cabo aquellos que sí proponemos, respirar de nuevo y decrecer el suflé de la ansiedad por estar híper-presentes.

Existe una dificultad principal derivada de este comportamiento que planta cara a la velocidad, y es quedarse prendido en la contemplación o convencerse de la imposibilidad de la empresa; convertirse en espectadores pasivos de un acontecer que ni provocamos ni, en última instancia, tampoco experimentamos. El diletantismo no es ninguna solución real, salvo el hecho mismo de experimentarlo, por más que sea preferible a la mera asunción de ideas ajenas para el bien de unos pocos. Estar en la vorágine es, de manera figurada, participar en experiencias colectivas enviando sms a un coste pre-fijado; es asumir las tendencias de temporada como una cualidad intrínseca de la personalidad; es reconstruirnos a imagen y semejanza de las listas de venta creyéndonos únicos en nuestras decisiones; es habitar repúblicas independientes idénticas a otras repúblicas independientes; pero también, aunque sea como un reverso lógico y necesario, estar en la vorágine es también recurrir a lo retro como un escape ante la rápida tecnificación de todas las cosas que, ocurriendo en tiempo real, nunca se detienen. En definitiva, todos habitamos en la vorágine o aspiramos a ella. Sólo es posible mantenerse relativamente ajeno a la vorágine haciendo la revolución, con armas que ayuden a otros a pensar los mismos motivos que nos llevaron a rebelarnos y luchar por que la revolución no se convierta finalmente en otra aplicación descargable más, sino en un modo de habitar y sobrevivir en la vorágine.

La diferenciación entre imagen y fotografía está marcando extraordinariamente el modo en que se usa y consume “lo visual” a través de un compendio de herramientas que tienen como una de sus finalidades principales contar nuestras vidas y experiencias desde la omnipresencia de la imagen; pero también construir realidades a partir de esos propios ejemplos. La revolución digital lo impregna todo y uno de los debates más interesantes del momento está en la posibilidad de disponer de varios soportes distintos para la visualización, comprensión y asimilación de contenido, sea éste el mismo en sus varios formatos o se presente de manera específica en alguno de ellos. Ante este momento sin duda revolucionario, ¿cómo se deben leer las imágenes? ¿Es posible mantener los recursos teórico-visuales que han conformado el presente –al menos hasta ayer mismo– activos para afrontar el futuro inmediato? ¿Qué papel ocuparán los artistas como “tradicionales” productores de imágenes en el océano inabarcable de la información pos-massmediática de grandes grupos de opinión que delimitaban las fronteras de aquello susceptible de generar información y marcaban los caminos a seguir de su difusión? ¿Qué pueden provocar las publicaciones visuales, de creación, que el mundo enteramente contaminado de imágenes no cuente ya en cada blog nuevo, en cada post que lo actualice, en cada mensaje o en alguna de los millones de imágenes producidas y consumidas en tiempo real diariamente?

En efecto, la posibilidad de una revolución se encuentra en los intersticios temporales de estos campos en principio similares y, a la vez, alejados entre sí, pues atienden a un espectro no únicamente vasto, sino también muy complejo. Estos espacios liminares no pueden ser analizados o interpretados como “no lugares”, sino que representan justamente lo contrario, lugares definidos por su idiosincrasia, su contexto y las ideas que llevan adosadas. La creación contemporánea, he ahí su principal valor, es capaz de crear lo que define su época y emplear o conocer o valorar el pasado que conformó aditivamente su actual presente. Pero la contemporaneidad es, asimismo, una cierta mirada perpleja ante el presente. Sólo de esa forma es capaz de continuar avanzando.

En este sentido, VA! emplea el marco de las publicaciones de fotografía para recuperar un espacio y la sensación primaria que implica narrar con imágenes impresas la diversidad plural de nuestro entorno visual. Al plantearse la edición de una revista, libro, publicación de cualquier índole, se sabe que lo realmente decisivo es qué incluir y qué dejar fuera; cómo mostrar lo que decidimos publicar, qué orden seguir, qué estructura crear, desde qué perspectiva estética o ideológica plantearlo… Más allá de cuestiones editoriales comunes, VA! tiene además la pretensión de convertirse en plataforma de difusión para fotógrafos que no dispongan de otras tribunas donde publicar o donde dar a conocer sus series fotográficas. La fotografía contemporánea necesita series que la expliquen, de ahí que el gesto único, el “instante decisivo”, sólo pueda responder a una pregunta (la más sencilla, por cierto) de todo un entramado de cuestiones complejas. Los modos de narración actuales, la cultura visual contemporánea sigue necesitando el soporte como ejemplo de una fisicidad que no puede extirparse de nuestro propio modo de estar constituidos y de relacionarnos.

Así pues, ante la vorágine de cientos de miles de imágenes por segundo que se disparan, se suben a la nube, se difunden por la red y se consumen al ritmo de un parpadeo, ante eso, VA! propone la selección de cuatro series fotográficas de sendos creadores visuales y el análisis cuidadoso de ellas. Es decir, el arma de poder pararse y leerlas, interpretarlas, sacarles el jugo y valorarlas cualitativamente como si, por un momento, por un tiempo escaso, esas imágenes pudieran –y ojala lo consigan– explicarnos o hacernos ver de nuevo parte de la complejidad que nos rodea… Vislumbrar entre el caos la revolución que implica seguir preguntándose el porqué de las cosas. VA! es un grito de ánimo, un gruñido lleno de energía, una utopía que quiere hacerse física; un proyecto que empieza y que sólo por eso, ya merece toda la atención y cobijo. Viene VA!, y estamos todos avisados.