Texto realizado con motivo de la exposición 31052019-5,160-215-62 /  13092019-2,640-110-63, de Ana Amorim, espaivisor. Hasta el 13 de septiembre de 2019
Cuando Gilles Deleuze escribió de Michel Foucault que «un nuevo archivista hay en la ciudad», asentó el pilar fundacional de una manera nueva de entendernos y relacionarnos a partir de los datos, la información y los cuerpos. Sobre todo, después de que Foucault certificara el fin figurado de la biblioteca como espacio sacrosanto del conocimiento para anunciar al archivo como sustituto democratizador del pensamiento. Un amplio conocedor de las teorÃas de ambos, el profesor Miguel Morey, concretó que el archivo es aquello a lo que recurrirÃamos para determinar qué sabemos de los males de nuestro tiempo, una vez concretados cuáles serÃan estos. Jacques Derrida habló primero, para escribirlo después, que el archivo simboliza tanto el «origen» como el «control» de su poder, y supo ver en perspectiva que el mal de archivo se asentarÃa en las sociedades occidentales de manera viral. Por supuesto, el arte contemporáneo abrazó estas formulaciones del espacio, el tiempo y los deseos como quien se convierte a un nuevo dogma: sin mirar atrás, ni valorar las ventajas o los inconvenientes futuros derivados de tales decisiones.