Fragmento del texto publicado Poéticas.cam. Publicación de la I Exposición Becas CAM de Artes Plásticas. Alicante, diciembre de 2007.
Contexto
El repetido intento de certificar la muerte del arte trajo consigo una pléyade de manifestaciones artÃsticas que sólo podÃan responder al apelativo post-, como un grupo de zombis que parecieran deambular en un territorio desparramado, de tintes globales y ajeno a la influencia de conceptos esencialistas. Ante el panorama sombrÃo que se querÃa ofrecer, prevaleció una actitud reaccionaria que pretendÃa volver al origen por lo tradicional, cuestionando sus formas pero no su sentido y que evitaba atender las demandas reales que la contemporaneidad exige. Incluso las incorporaciones tardÃas al panorama de la historia del arte, como el vÃdeo y en especial la fotografÃa en cuanto que lenguajes autónomos, muchas veces han sido asimiladas e incorporadas con la clásica máxima macluhaniana de que “el medio es el mensajeâ€. 1[Santos Zunzunegui ha ido más allá de esta máxima al afirmar que en las prácticas videoartÃsticas, “el medio es el medioâ€. En “VÃdeo-Arte: fragmentos de una imagenâ€, Contracampo. Ensayos sobre teorÃa e historia del cine, Cátedra, Madrid, 2007, p. 81.] En no pocas ocasiones, muchos medios han arrastrado del mensaje débil o inexistente hasta ubicarlo en el punto de mira del mercado: hoy todo se vende, pero sigue sin “valer†todo lo que se compra.
El arte contemporáneo situado en la transición entre el siglo XX y el siglo XXI cabe analizarlo con el trasfondo de un acontecimiento definitivo como fue el 11S, que bien puede ser leÃdo como una sutil prolongación del siglo pasado o como un leve retraso en el comienzo de éste, marcado hasta ahora por los conflictos internacionales y los deberes humanitarios y ecológicos por hacer. Asà pues, tanto si entendemos el arte como un reflejo de la sociedad adonde se inscribe, como si pretendemos que pueda ser algo más que una mera ilustración para convertirse en herramienta capaz de acortar las distancias (o crear conexiones) entre cultura, sociedad y polÃtica, resultarÃa muy complicado aislarlo de un antes y un después de esta fecha emblemática. Su efecto visible, por descontado, no está en el planteamiento o análisis directo del acontecimiento en sÃ, sino en la lectura que dicha fecha puede ejercer sobre la interpretación de cualquier obra realizada con posterioridad -e incluso en algunos ejemplos- con anterioridad a ella.
De forma progresiva, los medios de comunicación han ido ocupando el lugar de la realidad y, aún más, de la credibilidad de esa realidad o de cómo esa realidad es vista y, asà pues, entendida. El hecho de haber contemplado el atentado terrorista más famoso de nuestra historia en tiempo real, en un momento del dÃa en que en bastantes paÃses del globo numerosos espectadores se encontraban delante del televisor, y haberlo visionado tantas veces desde entonces, hasta el punto de creer que prácticamente estábamos en el lugar mismo del suceso, revela dos de las caracterÃsticas determinantes de nuestra época: inmediatez en la distribución de la información y accesibilidad a su consumo. Herramientas tecnológicas como el teléfono móvil, los ordenadores portátiles y la omnipresencia cada vez más imperativa de Internet y sus canales de producción/exhibición han redefinido en los últimos quince o veinte años nuestro modo de ver, de actuar y de relacionarnos con los demás, hasta llegar a un paroxismo de la disponibilidad que alcanza cualquier lugar y lo hace en cualquier momento. Cada nueva aplicación que surge desde la herramienta Internet y se asienta con éxito, tiene el potencial de introducirse en nuestros hábitos diarios para instalarse. La tecnologÃa aplicada a productos creados antes de que surja la necesidad de su uso, una práctica de mercado asumida ya como norma globalizada, puede tomarse como una definición bastante ajustada de la situación actual. Los ciudadanos han devenido usuarios y, por lo tanto, clientes aptos para el consumo de un sinfÃn de gadgets, versiones, actualizaciones y renovaciones de esos mismos productos surgidos de una industria cultural cada vez más tentacular y difusa. La estética aplicada a cada uno de estos avances ha conseguido unificar los productos culturales con los productos mercantiles, llegando a confundirlos y vendiéndolos indistintamente.