La visibilidad en lo político

Texto publicado en la Revista mono #4 El tiempo de la política, abril de 2004.

Hacer visible lo invisible, lo oculto, lo no dado, lo tergiversado o lo manipulado, para desentrañarlo, analizarlo y exponerlo finalmente en un ámbito público (sea físico o virtual, real o figurado), es un hecho de posicionamiento y, así pues, de marcado carácter político. La visibilidad no es, pues, únicamente denuncia; es también la única manera de divulgar lo que de otra forma quedaría sumido en el olvido, destinado al ostracismo, condenado al desconocimiento.

La visibilidad tiene que luchar, sin embargo, tanto o más contra aquello que se hace hiper-visible que contra lo que se perpetua en la ocultación, el desconocimiento y, así pues, se erige en tabú incomprensible. (Al menos representa una lucha más encarnizada y desfavorecedora). Es entonces cuando lo visible resulta un acto de selección, de separación, de discernimiento entre lo dado como posicionamiento unívoco y aquello que plantea la pluralidad como símil de una experiencia algo más acertada de lo que nos rodea. Luchar contra la hiper-visibilidad es, así pues, una acción acorazada contra el exceso de contenido o su desviación y utilización interesada, más que el empleo de una coraza que le haga fuerte frente a la propia visibilidad de un contenido concreto, de una demanda justificada.
Ante los excesos propagandísticos promovidos por los intereses del poder, la visibilidad es depuración de contenidos, tamiz que separa la fina validez de algunos datos de entre las impurezas informativas, frecuentes e imparables. Hacer visible es también querer exponerse ante las críticas; sentirse indefenso frente a la gran maquinaria que maneja lo establecido; seguir vindicando lo que se nos promete a diario como algo ya logrado; luchar contra el conformismo.

Un derroche de energía que muchos prefieren destinar a la perpetuación de su propia comodidad, a la repetición de modelos estéticos, morales, de comportamiento, es decir -y aunque desde otra óptica- también políticos. Pues aunque pudiera parecer que los comportamientos políticos sólo acontecen del lado de lo peyorativamente denominado subversivo, en realidad subyace en toda actitud, por muy conformista y plana que ésta pueda ser, por muy acomodaticia que se presente. Es ahí, precisamente, donde radica la doble labor de la visibilidad, como un doble agente que tanto exige transparencia a los hacedores de univocidades como clama mayor actividad a los conformistas imitadores de modelos.

En ambos casos, la visibilidad (entendida casi ya como ente, herramienta y símil de comportamiento) tiene las de ganar, pues su cometido principal es la denuncia más que el cumplimiento final de sus demandas, que puede corresponder a un segundo estadio y ser puestas en prácticas por otros estamentos. ¿Se puede entender por lo tanto, la propia visibilidad, el acto de denuncia que supone, limitada e incompleta per se? ¿O debiéramos interpretarla, tratarla, entenderla, como abanderada de los cambios que tendrán que venir, a modo de profecía contemporánea que se vaya cumpliendo poco después de anunciarse, aunque se quisiera cumplida al mismo tiempo que se pronuncia?

En numerosas ocasiones la cultura ha sido y es la parte visible de un programa de actuación más complejo, generalmente inseparable de las pretensiones políticas de un Gobierno concreto cualquiera. De forma paradójica, la visibilidad de los contenidos programáticos culturales de éste, su finalidad, choca frontalmente con la necesidad de independencia de la propia cultura, con la urgencia de avance hacia un progresismo que en no pocos casos no coincide con la ideología o intención política de los responsables culturales de turno. ¿Es una quimera, entonces, pretender deslindar los contornos entre cultura y gestión pública? ¿Representa un imposible exigir una financiación (necesaria especialmente en el caso de las infraestructuras culturales y del espectáculo, muchas veces conceptos fusionados y confundidos) que permita no ya una autonomía (el IVAM, sin ir más lejos es un museo autónomo) sino una total independencia (evidentemente el IVAM actual no lo es)?

En 1989, el artista Antoni Muntadas realiza para Televisión Española TVE: Primer intento, una pieza audiovisual que buceaba en los entresijos del ente público, mostrando sus luces y sus sombras, recreándose en un periodo histórico todavía demasiado oscuro o al menos indefinido y muy reciente, el de la transición democrática española. Pese a haber sido solicitado y producido por la propia TVE, nunca llegó a emitirse, siendo repudiado inmediatamente después de su realización. Tras este caso de “sutil” censura, acompañada de numerosos casos similares dentro del ámbito cultural y artístico, Muntadas pone en marcha The File Room (1994), una clara experiencia de visibilidad que existe como instalación artística y como página web donde se van añadiendo casos concretos de censura ocurridos en todo el mundo, y donde el usuario tiene la posibilidad de acceder e incluir por sí mismo su experiencia.1[Para una mayor información sobre este asunto, ver el excelente texto de Eugeni Bonet Muntadas: seguimiento del proyecto (v 1.0), en el catálogo DES/APARICIONS, Centre d’Art Santa Mónica, Barcelona, 1996.]

Más de catorce años después de este suceso, en concreto en el mes de octubre de 2003, el proyecto web e-valencia.org, de Daniel G. Andújar, promovido por Technologies To The People, era desconectado del servidor de la Universidad de Alicante, desde donde se lanzaba a la red desde su inicio, en noviembre de 2001.
En ambos casos, la intención clara de hacer visibles ciertos temas, discutir y debatir sobre ellos o denunciar “olvidos intencionados” hicieron, han hecho, reaccionar de manera drástica a los responsables de turno. En aquel momento al director de Televisión Española y ahora al propio del Museo de la Universidad de Alicante. En ambos casos, evidentemente, por presiones políticas directas alejadas de los motivos culturales o artísticos que muestran y exponen. El arte, así pues, no interesa cuando desborda sus propios límites ornamentales y/o estéticos, cuando adquiere el rol de agitador de conciencias, generador de visibilidad y promotor de conocimiento.

Televisiones y Universidades públicas son dos ejemplos perfectos de entes completamente autónomos pero no independientes, utilizados en cualquier caso como amplificadores de la voz del que gobierna en su momento, alejados de cualquier equidistancia y objetividad, difícil de lograr pero imprescindible perseguir.
Así pues, la visibilidad, la acción de hacer visible algo antes oculto, cambiarle el cariz a aquello tergiversado o recuperar lo olvidado, realizada de muy diversas formas y maneras (manifestándose, escribiendo, actuando, exponiéndo(se), pensando y diciendo lo pensado…) es, intrínsecamente, un acto político. Quizá debiéramos empezar a perderle el miedo a la crítica, a la manifestación libre de nuestros pensamientos y a la plasmación teórica o plástica de ellos; ahora más que nunca, cuando las libertades personales y colectivas adquieren el aspecto de anuncio televisivo, tan débiles y etéreas como el tiempo que pasa entre dos spots, tan poco creíbles como los eslóganes (sin embargo bien pensados) que anuncian.

Inmersos como creemos estar en un tiempo político, donde hasta los cantantes de baladas pop se cargan en sus ropas y amuletos el rol de la denuncia y de la militancia, habitamos sin embargo una época de grises conformismos, de vidas hipotecadas a un futuro incierto, de religiones fanáticas o de otras desnatadas hasta su mimetismo con la mera hipocresía. En un tiempo de incontrolable incertidumbre, sólo parecen estar seguros de lo que hacen los políticos, los Bush, Blair, Aznar, Zaplana…, inmersos en una huída hacia delante en la que no influyen ni las bajas físicas ni las bajezas éticas. Ante tan brumoso paisaje sólo podemos hacernos visibles, demostrar que aún estamos vivos y seguimos existiendo: sin duda la más estructural y válida, radical, acción política