Texto escrito para el catálogo editado por GalerÃa Bacelos, Vigo, con motivo de la exposición de Lynne Cohen.
Los pies de foto que acompañan las imágenes reproducidas en los medios impresos tienen la propiedad de localizar los lugares donde ocurren los hechos que se muestran, ubicar el suceso en su contexto histórico, nombrar a quien o quienes aparecen en la escena (recortada, fragmentada, encuadrada subjetivamente), situarnos ante una traducción que podrÃa quedar ininteligible o en exceso abstracta, incluso fácilmente manipulable. De esta forma adquirimos información adicional al mismo tiempo que, sin embargo, se nos da pasada por el filtro de su autor o del medio en el cual se publica, surgida de sus propias experiencias o ideologÃa, por más que sólo se basen éstas en el hecho de mostrar adecuadamente la imagen y redactar su escueta leyenda.
En el ámbito artÃstico, los tÃtulos cumplen una función similar a los pies de foto, pero con una importante salvedad: tanto si inician o amplÃan la interpretación de las propias obras como si la escudan en un genérico y neutral ‘sin tÃtulo’, surgen fusionados con la propia obra, forman parte de ella y son, asà pues, netamente subjetivos. El tono con el que se titula una obra implica una postura ante ella y ante el propio trabajo del artista; representa una actitud comprometida y, por esto mismo, también polÃtica.
La narración del texto del tÃtulo, su linealidad más o menos predecible, la relación entre éste y el tÃtulo genérico de una serie mayor, de una exposición concreta o de un catálogo o publicación posterior sobre su obra, aportarán las pistas necesarias para una posible interpretación. Aunque ¿todavÃa esperamos alguna conclusión especÃfica de una interpretación a posteriori de las obras artÃsticas? ¿podemos confiar en ella o en su valor teórico? A esta pregunta se podrÃa contestar igualmente con otra, pues la respuesta adquiere la forma de una vÃa de doble dirección: ¿cómo intentar aproximarse al discurso del artista si no pretendiendo comprender el caudal de experiencias e influencias, los estilos o las tendencias (o la ausencia de ellas) que derivan de su obra o desembocan en ella? ¿y cómo esperar aprender todo esto y manejarlo durante la búsqueda y el análisis posterior si no es a través de la interpretación de aquello que se presenta y denomina “obra artÃsticaâ€?
Especialmente en el análisis de trabajos fotográficos o videográficos, donde la imagen reproducible y reproducida está presente gracias a la ayuda de una manufactura industrial, los referentes multidisciplinares son mayores, al tiempo que menos susceptibles de ser relacionados con la tradición artÃstica. Este desquite de lastre historicista (pese a que cada dÃa resulte más difÃcil de mantener, pues estos nuevos lenguajes han sido profunda e igualmente asumidos por el sistema cultural y su industria) permite, sin embargo, una redefinición del mensaje, un reajuste de las búsquedas, una ampliación de miras que convierte el análisis de nuevo en vasto campo de influencias y matizaciones, aunque dirigido hacia otras direcciones; una complejidad hasta hace poco desconocida. En este sentido, la fotografÃa como medio –incluso exclusivamente orientada al mundo del arte y desarrollada a través de sus mecanismos especÃficos de difusión, venta y exposición- acarrea unas connotaciones que derivan de los mass media, de Internet, de la publicidad, del cine, de una historia de imágenes corta pero extrañamente intensa y desbordada de interpretaciones.
Los tÃtulos en las obras de Lynne Cohen parecen perseguir una búsqueda precisa de estándares, es decir, una intencionalidad en documentar e igualar categorÃas, sin importar en absoluto el emplazamiento en que se encuentra la escena fotografiada; equiparando modos de comportamiento, limando las distancias y diferencias geográficas, y empleando la globalización como una media aritmética extraÃda entre elementos diversos. De hecho, el anonimato de los espacios fotografiados es máximo, apenas sutilmente indicado en los textos de algunos letreros o carteles presentes en las fotografÃas, coronando las puertas de acceso hacia espacios que no se muestran. Los laboratorios, las clases, los spas o balnearios, las instalaciones militares, los pasillos o salas de espera…, son todos lugares de trabajo o de paso, sitios despoblados en ese justo instante en que, sin embargo, queda absolutamente patente la impronta humana, su influencia en la construcción de un mundo que le define en su ausencia.
Con frecuencia, la amplia y coherente obra fotográfica de L. Cohen se relaciona frontal o tangencialmente con algunas instalaciones o piezas pertenecientes a la historia del arte, de artistas como Richard Hamilton (en sus primeras fotografÃas de los años 70, cuando el motivo principal eran los living rooms de casas particulares), Claus Oldenburg (en alguna imagen donde aparecen objetos desproporcionados a su uso), Marcel Duchamp (por la utilización de ciertos espacios encontrados como si fueran ready mades), Richard Artschwager (en la textura de determinadas superficies, como Formica o contrachapado), Jasper Johns (por los campos de tiro, las dianas y los fragmentos de partes del cuerpo en escayola: bocas, orejas, manos o narices que adornan alguna pared) o incluso Joseph Beuys (por la presencia de las pizarras en algunas fotografÃas de clases y laboratorios)[1].
Por otra parte, el empleo de la fotografÃa como documentación no sólo es una cualidad intrÃnseca del propio medio y prácticamente su función primigenia, también en el ámbito artÃstico esta finalidad se ha mantenido vigente a lo largo de su trayectoria histórica e incluso ha vivido un extraordinario resurgir con el archifamoso cuño de la “nueva objetividadâ€, una renovación de los motivos fotografiados desde la aparente neutralidad objetiva del fotógrafo que -y quizá sea esto lo más definitorio- ubica sus resultados estéticos desde el primer momento dentro del mundo del arte, con sus caracterÃsticas propias y sus connotaciones, no en el de la fotografÃa documentalista o industrial. Sin querer por lo tanto diferenciar sus resultados estéticos de los propios obtenidos por pintores, escultores u otros artistas. En este sentido, la obra de L. Cohen destaca de entre la mayorÃa de los más sobresalientes fotógrafos agrupados bajo esta nomenclatura sobre todo porque escapa voluntariamente de la grandilocuencia espectacular de los espacios registrados por ellos en numerosas ocasiones (por ejemplo en bastantes de las escenas de interiores de Candida Höfer, por citar a una fotógrafa cuya obra en determinados aspectos podrÃa habitar lugares comunes), a la vez que también se desmarca de la parca sobriedad de los renovadores y padres figurados de este resurgir, Bern & Hilla Becher, que buscan la repetición formal, con idéntico encuadre, de unos motivos per se muy parecidos entre sÃ, a modo de catalogación de elementos apenas diferenciadores. Si bien es cierto que en las imágenes realizadas por L. Cohen en los años 70, coincidiendo con que el tamaño de las obras se limitaba al del propio contacto del negativo de gran formato, la artista “pensaba que sólo habÃa un lugar desde el cual hacer la fotografÃa (…) como si un par de huellas de papel estuvieran pegadas al suelo para indicar el punto desde donde encuadrar las imágenes†[2], esta búsqueda de una simetrÃa idéntica a la existente en las escenas (visión exclusivamente frontal)[3] dejó de ser un motivo y, asà pues un fin, coincidiendo con la ampliación de las imágenes a medio y gran formato. A partir de este paso de ampliación, su trabajo se observa de otra manera, se lee con mayores datos, se interpreta como una obra tridimensional (para ello ayuda enormemente la textura figurada de los marcos, siempre chapados con Formica de diversos colores, simuladores de otros materiales) a la vez que actúa como ventana, perfectamente remarcada, o incluso como espejo de una sociedad que, sin embargo, sigue extrañándose de los métodos desarrollados por su propia extravagancia.
Los tÃtulos (Spa, Laboratorio, Clase, Instalación militar, Fábrica, Sala de estar, Estudio de grabación…) nos presentan espacios ilocalizables geográficamente, pero no polÃtica o socialmente. Su rastro nos lleva hasta los genéricos que engloban el completo de su obra fotográfica. Un primer catálogo monográfico reunÃa la obra de los años 70 y 80 bajo el tÃtulo “Occupied Territoryâ€, clave militar que se vuelve a utilizarse en el más reciente “No Man’s Landâ€, convertido asimismo en el tÃtulo de la serie de obras realizadas desde los años 90 hasta la actualidad. La conexión con el lenguaje militar no es, en absoluto, casual. Para la artista, y en clave de humor, “tal vez esto sea asà porque hay demasiado camuflajeâ€, tal y como concluye la entrevista publicada en este último catálogo[4]. El camuflaje actuarÃa como elemento fÃsico (precisamente en esa presencia difusa de espacios que no se sabe dónde están, si son o no reales, si resultan escenografÃas preparadas ex profeso o, como en realidad sabemos después, existen tal y como se muestran) y como elemento polÃtico, en el sentido de que por debajo de las escenas, de su carácter estético, subyace la contención de su poder interpretativo: una mascarada que se escuda en la ironÃa y el empleo de lo grotesco para criticar unas decisiones y conductas asumidas con naturalidad y apatÃa generalizada.
Se podrÃa aducir que estas conclusiones suponen un exceso en la interpretación si no fuera porque, en efecto, siempre aparecen elementos que asà lo corroboran o que sutilmente lo indican. De las seis nuevas fotografÃas en color que presenta L. Cohen en la GalerÃa Bacelos, cinco corresponden a otras tantas escenas de Spas y la otra a una Clase. Ésta, tras una detenida observación, no puede ser más que de una academia de policÃa donde se enseñan sistemas de asalto, modos de acceder a un espacio ocupado por personas tenidas por enemigos. Los tres maniquÃes están repletos de agujeros como consecuencia de los disparos recibidos; salpicados y manchados de rojo por el contenido de algunos de los casquillos como para indicar que, en efecto, han sido alcanzados por los tiros. La imagen muestra una estancia cambiante, de tabiques
provisionales, dentro de otro espacio mayor del que únicamente observamos el techo modular de placas y la iluminación de tubos fluorescentes. Varias cámaras de seguridad apuntan hacia divergentes posiciones, de modo que quede cada rincón registrado. Algunos otros elementos, como globos hinchados y/o explotados, un caballete con un conjunto de papeles a modo de libreta de grandes proporciones o dos cortinas con motivos florales, coexisten en la escena, donde predominan las lÃneas de fuga hacia ninguna parte. La desazón de la fotografÃa va viniendo poco a poco, como un aroma que acaba apoderándose del aire. La calidad en su ejecución técnica, que permite fijarse en detalles a primera vista invisibles (la fragmentación de los cuerpos policromados, la abundancia de agujeros, los trozos de cinta adhesiva que les juntan las piernas desmembradas, el armazón de hierro que los mantiene erectos, las cortinas o los globos de colores, incluso los travesaños de madera que sustentan la escenografÃa) le confieren a la imagen una cualidad similar a la de una narración que es preciso leer entera para saber el final. Y, sin embargo, persiste la ironÃa, el guiño macabro pero de sutil complicidad que nos hace entender que, pese a que la escena ya existÃa tal y como está, la descontextualización producida nos hace verla como nunca antes ha sido vista, ni previamente analizada.
Esto sucede también en las nuevas escenas de Spas -al igual que en obras anteriores de balnearios, clases o laboratorios, especialmente las pertenecientes a “No Man’s Landâ€. La frialdad general de los espacios escogidos, las paredes y suelos alicatados o cubiertos de mármol, la colección de asas y soportes acerados, frÃos y asépticos, los relacionan mucho más con la vertiente hospitalaria y clÃnica que con aquella que promociona el reposo y la regeneración corporal como un premio merecido tras el duro trabajo o el estrés urbano. Incluso cuando los objetos remiten directamente al descanso (tumbonas, camillas, sillas…) la sensación es inquietante, de malestar, una tensión contenida que parece ocurrir por la no presencia, la desolación de unos artilugios que, sin acción, resultan ridÃculos, cuando no agresivos. Es precisamente este no uso, ese impasse desolador, el que parece convertir los útiles en objetos inanimados, contagiando también asà a las imágenes, frÃas receptoras de un desencanto generalizado.
La relación de la imágenes fotográficas de Lynne Cohen con los no lugares, y la complementación y divergencia de significados en relación con este concepto y el tÃtulo genérico “Tierra de nadie†(No Man’s Land) cierra un ciclo de referencias y guiños que podrÃamos circunscribir en el terreno de la etnologÃa, si no de la antropologÃa. El concepto de no lugar que describe Marc Augé [5] diferencia entre lugar y espacio, otorgándole al primero la condición de sitio y ampliando para el segundo también la relación de los habitantes y de las acciones que ocurren en él. Los no lugares contrastan con los lugares antropológicos en el sentido de que, mientras éstos se definen en su asentamiento histórico, social, polÃtico, (bajo una concepción de modernidad), los no lugares existen como consecuencia de unas prácticas ocurriendo en lo que se denomina “sobremodernidadâ€. Éstos basan su importancia en el tránsito, la velocidad, los cauces destinados a la comunicación y los viajes (autopistas, peajes, aeropuertos, aviones…). Al otorgárseles una visión no negativa, como sà venÃan teniendo hasta entonces, estos no lugares comienzan a efectuar una transformación que, tal vez, puede acercarles a espacios propios de la sobremodernidad, con sus caracterÃsticas cada vez menos novedosas y sà más referenciables a los clásicos lugares antropológicos. Cambios tan rápidos como los artilugios que nos trasladan o las vÃas empleadas para ello.
Mientras, la tierra de nadie es el “territorio no ocupado entre dos frentes enemigos†o el “territorio sin dueñoâ€, en cualquier caso haciendo clara referencia al lenguaje militar o polÃtico, en el sentido de propiedad, control y vigilancia, o de su ausencia. Una tierra de nadie caracterÃstica pueden ser las franjas de tierra entre fronteras, el trozo espacial que ocupa la lÃnea del borde entre paÃses, como en un mapa a escala.
En relación con las escenas de L. Cohen, la tierra de nadie parece hacer referencia más a la ausencia de sujetos en determinados interiores, al no empleo por la no presencia de espacios habitualmente usados y habitados (aunque sea el tiempo que dura un masaje, una ducha o el empleado en recorrer un pasillo) o sin vigilancia, en aquellos donde sà existe control. Espacios en crisis de poder precisamente por la no presencia humana y por la elección de lugares de tránsito que, sin embargo, pierden su cualidad móvil al devenir en objetos, imágenes con aspecto de obras tridimensionales. Imágenes que no sólo esperan una interpretación espacial, en tres dimensiones, si no que también salen en busca de ella.