Colaboración en la publicación del proyecto Cosas que solo un artista puede hacer. MARCO, Vigo. 29 de enero – 02 de mayo de 2010. Comisarios: Javier Marroquà / David Arlandis (culturalwork).
El oficio del artista contemporáneo es lo más parecido a un muestrario de objetos variados, algunos de los cuales poseen, asimismo, diferentes usos. Intentar pensar en un modelo concreto, perfilado y delimitado, sólo puede quedar obsoleto instantes después de su definición o su descripción, por muy precisas que éstas sean. Ser artista, hoy en dÃa, merece la atención y el análisis de los sucesos complejos y peculiares, en parte porque el concepto se ha abierto hasta perder su concreción y en parte porque ya no podrÃa entenderse de otra forma, devorándose en cada nueva tentativa en su huÃda hacia adelante. Abordar con seriedad la práctica, el análisis o la gestión del arte contemporáneo atañe a modos de pensar lo real en términos que sólo aceptan el intento de su transformación formal, y aún mejor si ésta profundiza en sus raÃces y consigue resultados visibles afuera, en el espacio público.
El oficio de artista que describe a Leopold Kessler (Munich, 1976) presenta muchos recursos y no se adapta fácilmente a un tipo concreto de definición. Al profundizar en su obra y reconocérsele a sà mismo realizando las acciones performativas que son sus vÃdeos, se entiende la labor prospectiva de su actitud y la laboriosidad de su plan de trabajo. En algunas ocasiones, Kessler es el perfeccionista y buen conciudadano que poda las hojas y ramas desbordadas de un árbol que tapan una señal de tráfico (Freilegung, 2002); en otras, es el artista que interviene en el mobiliario urbano, bien sea en las cabinas rojas londinenses donde les incorpora a sus puertas un pestillo interior (Secured/London, 2005), o bien sobre las señales de tráfico, realizando agujeros con una gran cizalla, simulando tal vez el efecto que producen los disparos sobre el metal. En Privatisiert/Paris (2003) su intervención va más allá del gesto invasivo, cuando incorpora interruptores en las farolas públicas de un lado de una calle, accionados por un mando a distancia que él emplea, como señal de autoridad o acción de buenas noches en el espacio público, o cuando coloca una alarma de despertador en un reloj público (Wecker/Leidseplein, 2002). En otros casos, el artista emplea las técnicas propias del lenguaje cinematográfico para otorgar similitud a una acción recurrente en el cartel exterior de una comisarÃa de policÃa (Depot, 2005), donde la “O†de “POLIZEI†se convierte en la tapadera secreta de su caja de caudales personal o, también, interpretarlo como la metáfora de la inversión de los presupuestos públicos en la seguridad ciudadana. Una cuestión, esta, que Kessler pone siempre en entredicho con sus intervenciones.
En la obra que nos ocupa (Diplom, 2004) algunas de las principales caracterÃsticas aparecidas ya en otras acciones realizadas en el espacio público se llevan hasta el extremo. El argumento de la acción es claro. Comienza el vÃdeo con la vista de una habitación: una mesa de estudio y una silla en la parte izquierda, una ventana en la parte central y la esquina superior de un colchón sobre el suelo, a la derecha. Una música se escucha de fondo y vemos que hay encendida luz artificial, pese a la que entra por el ventanal. Aparece en la escena, de espaldas, Leopold Kessler, toma un cable naranja que se pierde al otro lado de la doble ventana hacia la calle y desconecta el enchufe de una regleta eléctrica, quedando desconectados todos los enchufes enganchados a ella. Él mismo deja caer el cable a un compañero que espera afuera del inmueble. A partir de aquÃ, cuatro operarios incluyendo a Kessler, vistiendo chalecos naranjas reflectantes, comienzan la acción de recoger 1200 metros de cable eléctrico y enrollarlo en una bobina de madera, la cual va cargándose y haciéndose pesada conforme va acumulándolo. Observamos el esfuerzo que supone para los trabajadores, cargados además con una escalera de aluminio, desenganchar el cable de tuberÃas, farolas, postes… descolgarlo de cables eléctricos que cruzan las calles y avenidas o de árboles; incluso vemos la misma localización que aparece en la obra-poda Freilegung, cerrando un cÃrculo auto-referencial muy sugestivo. Tras estos 1200 metros de recorrido y trabajo, otra persona desconecta el otro extremo del cable de un enchufe, completándose la acción.
Diplom representa una acción-en-situación que necesita de una explicación añadida, el hecho de saber que el apartamento que vemos al principio es el del propio artista y que el edificio que aparece al final es la Academie der bildenden Künste, la escuela de arte donde estudió Kessler y en cuyo estudio estuvo la luz de su apartamento enganchada no sabemos por cuánto tiempo. Lo que sà sabemos es que se desconectó tres semanas después de conseguir su diploma y que al grupo de trabajo le costó montar todo el dispositivo dos dÃas, por supuesto sin permiso alguno.
Son muchas las reflexiones que genera esta obra, sin duda potenciadas por el visionado de otras suyas, pero sobre todo resulta conmovedor el uso del espacio público, la invisibilidad del trabajo de los operarios en el gran engranaje que permite funcionar (o evitar que funcionen) las ciudades contemporáneas. Leopold Kessler emplea las mismas estrategias y herramientas que el orden público o las empresas privadas para llevar a cabo sus acciones, con el añadido de la grabación en vÃdeo de todas ellas. La apariencia de operario se la otorga un simple chaleco naranja o un guardapolvo azul mecánico, una caja de herramientas y, en ocasiones, una escalera de aluminio o una banqueta. Ligero armamento que provoca, sin embargo, resultados explosivos y la constatación de que el artista, ahora y siempre, ha de poseer una agudizada mirada sobre lo circundante. Es todavÃa mejor si, como en este caso, también cuenta con un abierto y generoso sentido del humor.