Corroboración del paso del tiempo

Texto realizado con motivo de la exposición Sala de espera, de Joan Sebastián. Galería Rosa Santos, del 16 de enero al 28 de febrero de 2009.

En ocasiones el dibujo ha sido estructura, base misma, esqueleto sobre el que se recubre de piel, órganos y extremidades un cuerpo. Este cuerpo puede responder a preguntas concretas sobre su naturaleza o no mediar conversación alguna con su interlocutor, que es el espectador que pueda finalmente encontrárselo escondido y olvidado, o bien expuesto bajo los focos. En otras ocasiones el dibujo es un gesto lanzado a quemarropa sobre la realidad, con la que lucha para conseguir el trofeo de su representación. Tanto es traducción de un sentimiento como evitación del riesgo manifiesto de ser mimesis del referente. Puede ser visto también, el dibujo en tanto que práctica, como el principio de una consciencia visual, un aprendizaje de la mirada traducido en formas y la voluntad ancestral de aprehender el tiempo y todo lo circundante reflejado en él.

Joan Sebastián (Rocafort, 1962) equipara el dibujo, su modo de emplear el medio, con la consciencia vital del paso del tiempo, siempre mostrado en los cambios más o menos visibles de las cosas, en sus contornos erosionados o su descoloramiento; en la imperturbable efigie mecánica de un reloj nunca igual que pretende ser siempre idéntico. Si los usos horarios persiguen igualar, a través de las mecánicas y las formas neutras, todos los momentos sin duda siempre diferentes, J. Sebastián se deleita en sus variaciones a prueba de lupa. El artista deviene examinador del tiempo, ese gran verdugo, tal vez con la intención de adquirir consciencia de su doble paso, el del tiempo reflejado en lo externo y el que efectúa sobre sí mismo.

Sala de espera inicia el recorrido con un dibujo sobre la pared de entrada a la galería Rosa Santos mostrando su título, junto con una flecha que indica la dirección de las plantas superiores. Asociamos esta presentación con la actitud de J. Sebastián frente a su trabajo, un modo de entender la práctica artística que implica pausa y valoración de los elementos generalmente invisibles, convertidos aquí en tema de análisis. La señalética pintada a mano es fiel antesala de la mirada puesta sobre la esencia del registro en que se convierten sus dibujos. La primera pareja de obras augura otra cuestión primordial de su trabajo: la confrontación entre los mismos objetos vistos en momentos distintos, desde perspectivas casi idénticas, generando un corte en la narración propia de la edición cinematográfica de una secuencia. Por más que esta narración esté estrictamente basada en elementos poco convencionales y parezca surgir de una reiteración de la mirada hacia un mismo punto cuyo encuadre, sin embargo, ya no será idéntico al anterior.

Así ocurre con las imágenes de los plafones integrados en el techo neutro de un espacio indeterminado, aunque claramente definido. De igual modo funciona en las otras dos plantas de la galería, donde vemos los cuatro momentos secuenciales del reloj digital y los dos movimientos consecutivos de un ventilador de techo, elementos todos ellos tomados en contrapicado, mirada casi mística que convierte al objeto banal en motivo de culto. Si los plafones todavía evocan la escala de los objetos en un espacio de representación, los otros dos ejemplos actúan como escenarios donde el espectador -ayudado por su reflejo en el cristal- acaba inscribiéndose, formando parte.

La importancia del tamaño de representación no implica únicamente una cuestión formal. El hecho de dibujar con detalle un espacio amplio donde en principio no ocurre nada, por ejemplo el techo alrededor de las aspas del ventilador o el que rodea y contiene los plafones en él, convierte cualquier superficie en objeto apto para ser contemplado, diseccionado y experimentado. No existe una jerarquía de referentes, por más que sí existan unos elementos más decisivos y protagonistas que otros, ya que lo que desprenden las obras de J. Sebastián son una sensación precisa que sólo puede darse cuando los diferentes elementos conviven en un mismo espacio encuadrado. En este sentido, al dedicarle tanta precisión y detalle a un breve espacio de tiempo, como cada uno de los (eternos) minutos que reflejan los números del reloj digital, el dibujo se entiende como tiempo expandido. Toda la atención y el tiempo empleados para mostrar la fugacidad de esos momentos, enlaza con la imposibilidad de aprehenderlos completamente, al menos de hacerlo en el breve instante entre dos parpadeos, exigiendo una contemplación igualmente pausada. Se podría decir que Sala de espera sintetiza una manera de hacer y pensar donde el dibujo empieza como tentativa y acaba convertido en registro fiel no tanto de los componentes de realidad mostrados, como sí de las sensaciones experimentadas en ella; como si se tratara de un espacio físico y emotivo, cualidades aquí inseparables y coexistentes.