Joan Verdú juega y gana

Texto realizado con motivo de la exposición Bonus Track. Verdú, en Centre Cultural La Nau – Universitat de València – Sala Martínez Guerricabeitia. Comisaria: Mavi Escamilla

Cero

Cada obra de Joan Verdú lleva adosada una doble mueca. Hecha desde quien crea e imagina situaciones nuevas, se erige en estilo; expresada por quien la contempla, deviene experiencia. Casi siempre esta mueca es algo parecido a una sonrisa irónica que intenta no ser captada o anunciada nunca del todo. Lo políticamente incorrecto se combina con lo erótico; el juego de palabras entre expresiones coloquiales y marcas comerciales hace guiños a la Historia del arte; la cultura popular se sube a lomos de lo establecido como Cultura en mayúsculas… y siempre, entre medias y por encima de todo, está el texto. Éste aparece como caligrafía, una suerte de tipografía Verdúinconfundible y propia de un escribano de lo lúdico que rotula de manera precisa, aportando la narración contada (palabras y expresiones cortas escritas en diferentes idiomas) a la mostrada con colores y símbolos.

La pintura y el texto han compartido históricamente el uso de la retórica. La escritura es aquello que nos da plena consciencia de una mente separada del cuerpo[1], independiente, ilusoria; un elemento nunca más prescindible, que nos permite reflexionar sobre aquello que pensamos, hacemos o evitamos decir o hacer. La mente pervive reflejada en las obras que nos sobreviven. El cuerpo desaparece. Verdú pone en relación la escritura con los cuerpos, los objetos, los colores y los gestos propios de un universo creativo seguro de sí mismo y seguro, también, de su fracaso. Sus cuadros no buscan pasar a la Historia del arte por aquello que dicen, sino más bien si lo consiguieran en algún momento, sería por aquello que critican y de lo que se mofan. Hay una seriedad en todo ello, pero es la seriedad que se necesita para contar una buena historia cómica, a riesgo de acabar pareciendo el bufón que dice todo lo que la gran mayoría no sabe leer entre líneas o no se atreve a expresar.

En su libro La pintura encarnada, Geoges Didi-Humerman cita las Profezìede Leonardo da Vinci y en concreto la profecía relacionada con el sentimiento que, a su vez, queda vinculado con la superficie, la piel, y el sentido del tacto: “Veamos lo que [Leonardo] escribe: Quanto piu si parlerà colle pelli, veste del sentimento, tanto piu s’acquisterà sapientia. Cuanto más hables de la piel, hábito del sentido, más sabiduría adquirirás. Se trata de la piel que aúna, nos dice, la escritura, le scritture, y el sentido del tacto, il senso del tatto.[2]” La escritura ocurre en la superficie, como la pintura, pero a diferencia de ésta, aquella no evoca perspectiva, se trata de algo que ocurre en la distancia inmediata, en el tacto entre superficies que se tocan. La escritura, parece claro, genera siempre una distancia: pensar, hablar, escribir, exponer lo escrito, son fases consecutivas de la generación de distancia, de la consciencia crítica.

Algunos tipos de arte necesitan un contacto físico, aunque nada tengan que ver con acciones o performances, porque de lo que hablan es de la carne, de lo corporal, de aquello que se vincula directamente con lo elemental. Sin embargo, y ahí radica su ingenio, lo que aquí se consigue es racionalizar el deseo, pero no para anularlo sino para mostrarlo en su intensidad y crudeza. Las superficies mayoritariamente de colores planos y las formas realizadas con lenguajes reconocibles no hacen sino fortalecer sus bases, prolongar el perfume de su recorrido.

 

Uno

La exposición de Joan Verdú se compone de tres partes, coincidiendo, o ajustándose, a la estructura de la Sala Martínez Guerricabeitia. La primera está dedicada a los iconos de la cultura popular en el sentido más pop del término. Las obras mezclan simbologías del cine comercial con la publicidad de marcas, donde el consumismo lo es también hacia adentro, siendo mostrado como aquello que acaba(rá) consumiéndote. La imaginería de James Bond se funde con logotipos tuneados de perfumes, para crear algo que, utilizando como utiliza un lenguaje familiar y reconocible, implica otra cosadiferente y propia. Las técnicas del collage y el apropiacionismorevisan aquí la gran máxima del montaje cinematográfico por la que 1+1=3. Dos imágenes independientes, al editarlas consecutivamente, generan una tercera situación que no tiene nada que ver, necesariamente, con ninguna de las dos anteriores. Esta operación no da como resultado la suma de sus dos partes, sino la creación, además, de una tercera que es la que resulta vencedora en la narración. Siguiendo la estela de esta operación, es como el relato fílmico avanza. De igual manera, algunos cuadros de Verdú avanzan en un entramado de referencias concretas que acaban, como se ha dicho, en una mueca.

Estos Iconslo son claramente cuando utilizan elementos muy reconocibles. Por ejemplo, en el caso de la señal de STOP que, cambiando de orden las letras, conforma la palabra POTS (“puedes”, en valencià, la lengua materna de Verdú). El cambio de orden no es únicamente formal, también afecta a la acción indicada. La obligatoriedad pasa de ser una precaución a un incentivo; de una negación a un ánimo. Otra significativa es el Smiley(ahora le llamaríamos emoticono) que no luce amarillo y brillante, como es característico, sino con restos de pintura y colores apagados sin perder por eso la sonrisa. La lectura de nuevo hace girar el sentido para mostrar otra cara, menos esperada y también más profunda. O en el caso del cuadro Lapin peintre, que muestra un conejito de chocolate empaquetado con su papel impreso característico. El texto del título, manuscrito, corona al simpático animal, que porta un bote de pintura roja y dos brochas, sonriendo y exhibiendo la marca DailyLand, como un emblema de una manera de hacer arte en la tierra de diario.

Es representativa la utilización de viñetas extraídas directamente de los tebeos y tiras cómicas. En una de estas tiras, extraída del Snoopyde Schulz, se ve a Sally contándole a Carlitos que a partir de ahora su “nueva filosofía” es la del “BAH!”, la del “nada me importa”. Verdú coloca debajo de esta viñeta nihilista un rótulo que, de nuevo, vuelve a ser un juego de palabras: “The funandmental philosophy”, la filosofía fundamental que es, a su vez, divertida y mental. Toda una declaración de intenciones.

 

Dos

En la parte central de la sala se sitúa la serie En el medio está el mensaje. De nuevo, un giro lingüístico convierte la frase de Marshall McLuhan en un acertijo. ¿Es esta frase una vuelta atrás del significante, que entiende que los medios son funcionales, pero que sin el mensaje son portadores banales de sentido? ¿O el medio alude al centro de los cuadros, de la pintura, del propio medio artístico, e indica que cabe mirar las obras con mayor detenimiento para encontrar la solución al jeroglífico? Lo que sí parece claro es la estructura jeroglífica de algunas de estas obras, que incluso mantienen un orden vertical u horizontal con varios elementos alineados tal como aparecían los clásicos acertijos en las revistas de pasatiempos. La conclusión no es única, sin embargo; más bien parece abrir la interpretación hacia direcciones diferentes.

Reaparecen elementos ya utilizados en momentos anteriores, como los cactus del desierto y los conejos y conejas, personajes que evocan de alguna manera tangencial los dibujos animados de Hanna Barbera: cargados con una identidad propia a la que aquí se añade la personalidad del autor. Sirva como ejemplo de estas obras estructuradas como jeroglíficos simbólicos, la que incluye en la esquina inferior derecha la indicación “Abre fácil”. De connotaciones sintéticas, reivindicando incluso una estética románica revisada, la obra muestra al autor (inconfundible su perfil, con la nariz como situada a tres niveles) con los pies juntos y los brazos en cruz, al más puro estilo de un Cristo crucificado. Lleva un hábito de color azul con estrellas blancas y un capirote a juego. Insertado en éste, un sol; en la mano derecha del personaje central, un cráneo con trazos también muy sintéticos; en la izquierda algo parecido a un caballo que pugna por escapar; en la parte inferior del cuadro, los pies descansan sobre una gamba roja. Como es habitual en sus pinturas, conviven lo lúdico y lo trascendental: la muerte y el hedonismo; la magia y la capacidad para repensar lo racional.

El cambio de niveles característico de sus juegos alcanza sus cotas más altas en una obra de pequeño formato que después el artista ha reproducido de diversas maneras, incluyendo una tirada de serigrafía en varios tamaños. PLAYBEUYSrepresenta la portada de una revista Playboy con el conejo icónico realizado en tintas planas, al que se le ha colocado el modelo de sombrero característico de Joseph Beuys, junto con la parte superior de un bastón. La famosa performancedel artista alemán, Cómo explicar arte a una liebre muerta, es evocada aquí con gran ironía y pragmatismo.

 

Tres

Algunas obras pensadas para esta exposición han quedado inacabadas. Cuando llega la muerte, las agendas saltan por los aires y los pronósticos determinan lo que ya es pasado. La tercera parte, Monsters, adquiere la simbología máxima por el doble juego que implica. Fondo y forma, consciente e inconsciente, el yo y el ego, persona y sombra, cara y cruz, vida y muerte… No nos dejemos cautivar por esos personajes simpáticos que nos miran buscando nuestra empatía, que lucen colores vivos y cuyos ojos nos interpelan directamente, como un perro que desea comer tu misma comida, pero al que no dejan. Que los pelajes confortables no anulen su doble sentido; aquello que muestran es justo lo que les hace más oscuros.

Resulta significativo que aparezcan en cierta manera ocupando interiores de revista de diseño. Tal vez recuerden la serie de Richard Hamilton Just what is it that makes today’s homes so different so appealing(1956), pero dándole un giro macabro. La ironía original es sustituida por un sentimiento de farsa, en un momento ya imposible de recuperar. Joan Verdú es un artista esencialmente pop, porque, como aquéllos, sabe que la risa esconde algo peor y que en la superficie de las cosas es donde se sienten las sensaciones primitivas. La sofisticación es otro gesto: el envoltorio de lo que subyace; el deseo de lo que no vendrá.

Esta serie de cuadros, técnicamente muy elaborados no sólo en el contexto de esta exposición sino también en el general de la producción verduniana, evoca directamente la dialéctica entre los arquetipos persona y sombra definidos por Jung en el inconsciente colectivo. La persona es la máscara que empleamos en el día a día, pero sobre todo en el modo en que nos proyectamos hacia afuera. La sombra es lo oculto, lo reprimido de nuestra consciencia, aquello que nos cuesta mostrar y ofrecer. Los monsters, apareciendo por el bolsillo de los tejanos Umber(Sombra), por entre los bolsillos de la mochila, publicitando la “Monster Card”, acompañando las escenas con mobiliario de diseño, pegándose como lapas a la palabra “SELF”… son la manera divertida de mostrar lo atroz. Se completa con dos cuadros vinculados al tabaco, aspecto nada baladí en un momento físico donde no era precisamente aconsejable su consumo. En uno, la marca de encendedores “Bic” se ha sustituido por la palabra “Luz”, mientras dos cabezas de teleñecos asoman por detrás del mechero. El otro representa un paquete de cigarrillos “Sombra (del ego)” con los monstruos emergiendo en lugar de los cigarrillos, mientras una leyenda en la parte inferior del paquete dice: “20 monstruos de ahí detrás”. Los colores vivos y las caras de los monstruos buscando empatía son, grosso modo, nuestros miedos intentando mantenerse a flote entre la razón cultivada y la pulsión animal irreprimible.

 

Infinito

La cuestión decisiva del arte es su perdurabilidad. Seguiremos contemplando las obras más allá de la vida natural de los artistas, y de la nuestra propia como espectadores, sustituidos posteriormente por otros y otras que leerán, en lo visto, aquello que nosotros no vimos o, al contrario, dejarán de ver interesante lo que para nuestra generación supuso un logro y una guía ideológica o estética. Los artistas son conscientes de esto, aunque no sea su finalidad principal. El acto de vanidad que supone desear una vida eterna para las obras es el motor que mueve gran parte de las artes, ya sea en arquitectura, pintura, literatura, fotografía o poesía. En su veneno, podríamos decir, se encuentra inoculado su antídoto. De ahí que practicarlo sea al mismo tiempo peligroso y apasionante.

Evocar a Joan Verdú a través de sus obras es verlo también hablar y gesticular, fumando, comiendo, tomando una copa o un café. Al compartir conversación con él, se percibía que miraba más allá de lo que se podía ver. Esperaba que tú también lo vieras, como el doble fondo de una caja de magia que él conocía; o el truco mismo, apenas perceptible entre sus manos. Yendo y viniendo entre conversaciones cruzadas, frases a medio acabar o perfectamente detalladas, expresiones características que le hacían parecer una persona naif; nada más que un recurso empático con el que sentirse cómodo. Un antihéroe muy consciente, sin embargo, de estar haciendo lo que siempre quería; lo que es tal vez la mayor, y la más arriesgada, de las heroicidades.

De Verdú debemos recordar asimismo su faceta como escritor y no sólo como rotulador de eslóganes para sus pinturas. Durante años escribió una columna en el suplemento cultural Posdata que en muchos casos representó auténticos análisis artístico-sociales que tocaban una gran variedad de temas, si bien predominaba su vida como catalizadora de todo lo demás. Como cualquier artista que se precie, su autobiografía se insertaba con naturalidad en su producción escrita o pintada; sus anécdotas formaban parte de un universo mayor que revisaba todo el tiempo su momento vital y su tiempo histórico. Lo hacía con sentido del humor, con fina ironía, con críticas más crudas otras veces, y tocó el cielo con una serie de aucas que reflejaron, mejor que la inmensa mayoría de los artículos de opinión de la época, el despotismo de un momento aciago en la vida de esta Comunitat. Eran los tiempos de las Bienales y los congresos mundiales, de edificios de Calatrava tratados como coleccionables de un álbum en ampliación continua, de un IVAM desnortado, de Copas del América y fórmulas 1 que se mostraron irresolubles y no dejaron más que ruina; y de una cultura, en definitiva, que había perdido el significado de su definición y la forma de su contorno. Esas aucas resplandecen aún en la memoria y las hemerotecas como lo más avispado de una generación que, en general, sucumbió con facilidad extrema a los brillos dorados propios de las voluntades compradas. Verdú nadó, pero también supo guardar la ropa.

Así pues, este juego –que es la vida misma– ya sabemos cómo acaba. El final para unos será otro principio. Para muchos, representa el mayor de los finales, el mayor de todos los fracasos. Suerte que nos queda como testimonio aquello que hicimos con el brillo en los ojos y el corazón en un puño; ¿o era el puño en alto y los ojos vidriosos de tanta utopía perdida? Igual da. Solo una posibilidad existe, aún sigue existiendo: jugar y pensar que tal vez, algún día, podamos ganar. Verdú jugó con todas las fuerzas y, de momento, va ganando, yo creo que va ganando…

 

[1]Sobre este interesante concepto habló la historiadora Almudena Hernando en su conferencia Identidades étnicas minoritarias frente a un mundo globaldentro de la Cátedra de Estudios artísticos siglos XX-XXI (IVAM-UV-UPV-UMH) y en la sesión previa, ambas realizadas en el IVAM el 22 de marzo de 2018. La conferencia se puede visionar accediendo a este enlace: https://youtu.be/HJfMxXN-DKw. La especialista en Prehistoria ponía en contraste las sociedades orales, donde no existe una separación entre la mente y el cuerpo, con aquellas que disponen de la escritura, elemento fundamental para reflexionar sobre la propia razón; con aquello que nos hace conscientes de elementos predeterminados.

[2]Georges Didi-Huberman, La pintura encarnada, Pre-Textos / Universitat Politècnica de València, colección “Correspondencias”, València, 2007, p. 10.