La cara viva de la cultura

Publicado en Levante-EMV, domingo 23 de diciembre de 2012.

 

Según la página web del IVAM, el Institut comenzó a realizar exposiciones en 1998, justo nueve años después de su inauguración y tras la mejor etapa conocida hasta la fecha: la única que entendió el museo como trayecto posible y no como llegada y asentamiento de intereses particulares. Antes de esta fecha, año en que empezó a gobernar con mano de hierro Cosme de Barañano, nada. Nada de Matta-Clark, de Eva Hesse, de Robert Smithson, de Atget, de Richard Prince, de McCollum o Crag; de Meireles o Downey; nada de las exposiciones dedicadas a las diversas ramas del tronco común de la Modernidad, nada de Heartfield o de los juguetes de Torres García; sin rastro de Gary Hill, de Kuitka o de Chantal Ackerman, ese arte degenerado; sin rastro de todo lo enseñado y todo lo aprendido. La única y mejor prueba fehaciente de que esos años sí ocurrieron es su colección, diluida en los últimos años por donaciones menores y compras de dudoso interés y procedencia.

Ahora, además, el tufo a glutamato ha calado hasta en los fríos hierros de los Julio González y la nube de la sospecha se ha instalado en la azotea del Institut, donde se proyectó una ampliación –cuando éramos ricos y construcción rimaba con comisión– de la que se ha avanzado sólo en el derribo de las casas traseras. Se repiten los argumentos y las acciones: derribo de la historia, construcción especulativa y, entre medias, la ciudadanía encantada de serlo cada vez menos. Consuelo Ciscar, por lo tanto, ha ejecutado con solvencia de troika la demolición del pasado. A su presente, en apariencia perpetuo, cabe esperar un futuro que le (nos) haga justicia y le ubique en el escalón del prestigio cultural que se ha ganado a pulso. Llegado ese momento, cuando fuere, lo único que no cabría es el olvido, al menos para evitar que la historia se repita.

Finiquitada la Sala Parpalló y el Muvim jugando todo el verano pasado a fútbol entre campos de flores de Lis, la cultura institucional ha encajado la llegada de Culturarts como un chiste macabro. Una Conselleria de Culturismo ya fenecida y una nueva consellera a la que se le multiplican los EREs en todos los ámbitos. Así de baldía está la tierra quemada de las políticas culturales en esta comunitat y así de innecesaria se está convirtiendo su gestión, donde sobresale el azul cobalto del Ágora como la punta de un iceberg ruinoso. Seguramente es eso lo que se persigue y se desea, que ya no la necesitemos y que apenas notemos su derrumbe final.

Mientras tanto, han ido surgiendo otras necesidades sociales y culturales que hallan en los encuentros colectivos, modos de aprendizaje e intercambio de saberes tan antiguos como el mundo y tan adecuados a su momento como las conexiones en red y la transversalidad. Es decir, se hace patente la necesidad de la participación colectiva para hablar y tratar asuntos que tienen en la dinamización de lo local, la igualación de asuntos que ocurren en un ámbito globalizado. La palabra hablada como vehículo de sociabilidad y la palabra escrita como necesario testigo del momento. De ahí que algunos colectivos y eventos como, por citar unos pocos, Arquitecturas colectivas, Comboi a la fresca, Autoformato, Solar Corona, la Calderería, la Minúscula, la Mutante, la histórica Ca’ Revolta, Plutón, Doctor Nopo, Russafart, Circuit Vermut, Ciutat Vella Batega… estén trenzando conexiones entre barrios y personas desde prismas e intereses muy variados, pero que parecen tener su común denominador en la necesidad de seguir avanzando. Publicaciones como Bostezo, VA!, Editorial Concreta, Ed. Germanía, EST. Publicacions, etc. están aportando desde la fisicidad de lo impreso, un contrapunto a la extendida virtualidad de grandes medios y voces autorizadas que ya se expresan desde los blogs o los diarios digitales.

El cambio de paradigma no es una línea en el horizonte, sino un terreno al que ya hemos llegado. El reto estará en encontrar el equilibrio entre modelos conocidos, ahora fláccidos de tanta inanición tras los grandes festines, y aquellos que se generan a cada día, paso a paso y con pretensiones mucho más humanas y realistas: más frugales, si se quiere, pero también mucho más vitaminados.