El sueño frustrado de la modernidad

Publicado en el llibret de la Falla Arrancapins, Valencia, marzo 2012.

Imagen de Amparo Civil

Si la realidad de la cultura en el País Valencià es el panorama desolador que nos rodea, ¿cómo sería su pesadilla? La relación entre deseo y sueños es estrecha pero se rompe cuando la realidad se entromete. En muchos casos, la realidad no responde a lo necesario, a lo justo o a lo importante; responde a la urgencia, y ya nos decían las generaciones anteriores, nuestros abuelos y padres, que “las prisas son malas consejeras”.

El panorama cultural que nos rodea cada vez más se parece a un ajuste de cuentas entre debes y haberes donde van cayendo piezas de la cultura, la ciencia y la investigación (en la columna de debes), pero donde se mantienen presupuestos multimillonarios para grandes eventos (¿haberes?), empleando siempre como decorado idéntico el blanco pétreo de los edificios de Santiago Calatrava. Los millones gastados en la America’s Cup, el circuito urbano de Fórmula 1, la visita de Benedicto XVI, el coste del Torneo de Tenis, la “nueva” Maratón de Valencia… emplean como sede o como escaparate la Ciutat de les Arts i les Ciències, donde ni hay artes, en plural, ni ahora tampoco ciencia. Pero donde sí hay publicidad y propaganda política: el Levante feliz reflejado por el blanco iluminado del sol mediterráneo, casi nada.

La parte trasera de este decorado no sólo muestra las goteras del Ágora inacabada aún tras casi 90 millones de euros de coste, sino los impagos en todos los sectores sociales y educativos y, por supuesto, ¡cómo no! también en los culturales. Salas de exposiciones como la Parpalló, el Museo de Ciencias naturales, la Mostra de Cinema del Mediterrani o el Festival VEO, han desaparecido o han visto menguar tanto sus presupuestos que no les permite mantenerse en activo. Al VEO, cuyo territorio son los espacios de la ciudad, se le ofrece la futura nº 3 de las Naves, que prevee una inversión de tres millones de euros. La tendencia a la privatización de la sanidad y la educación llega también a la cultura y el Ajuntament de València, seguramente, espera que una empresa gestione las infraestructuras que sí es capaz de construir, pero que se muestra incapaz de dotar y mantener. Una curiosa particularidad, la de la construcción, por encima de las otras. Si no fuera porque conocemos el pasado reciente, no dudaríamos de estas actitudes…

Como buque insignia del arte moderno, el IVAM acometió en su primera etapa (1989-1996) una labor difícil que dio unos resultados muy positivos, sin duda inusuales. Puso en el mapa del arte internacional una ciudad, Valencia, que no había destacado nunca por su visión contemporánea de la sociedad ni de la ciudad, si acaso con la excepción de la arquitectura racionalista construida en los años treinta del siglo XX y que se truncó con el estallido de la Guerra Civil y el régimen posterior. En el contexto del arte plástico, el “sorollismo” y el “postsorollismo” no han hecho más que echar raíces y medrar en una sociedad que se siente satisfecha con el hecho de verse reflejada en lo anecdótico, convirtiendo esto en una fábula exenta de trama y un final “apañado” por el cuentacuentos de turno, ahora uno, ahora otro. La guerra de los símbolos, quién puede dudarlo, fue una gran ficción que dio resultados rápidos y que son muy visibles y están grabados a fuego en la actual composición social y estética del Cap i casal.

Sin embargo, la labor realizada por Vicente Todolí con diligencia y miras internacionales en esos años, a la que siguió la visión algo más condescendiente de Juan Manuel Bonet, se truncó en el año 2000 con la llegada de Cosme de Barañano, que separó bruscamente al IVAM de su idilio con la ciudadanía y el mundo artístico local para arrojarlo en brazos de una burguesía que no entiende el arte contemporáneo ni le interesa, pues en general éste resulta incómodo para quienes ostentan el poder y el dinero, especialmente si también andan escasos de autocrítica y sentido del humor. De esos polvos vienen los lodos que hoy taponan figuradamente el Centre Julio González. La actual directora del Centro, Consuelo Ciscar, dirige con mano de hierro y bolsillo generoso para quien le ríe las gracias, un Institut que ha ido perdiendo su personalidad hasta parecer mucho más una vulgar Casa de cultura de población pequeña (con el respeto a la labor que estos centros realizan como únicos dinamizadores socioculturales de esos lugares) que un espacio de arte moderno y contemporáneo que contiene asimismo una colección notable y que cuenta con casi nueve millones de euros de presupuesto anual.

Esta situación es una realidad palpable, no (sólo) una opinión subjetiva. Y el sueño de quien esto escribe, que es también el de una parte importante del sector cultural del País Valencià, es el de encauzar lo existente hacia un proceso de cambio que dote de personalidad y autonomía a los espacios culturales de la ciudad de Valencia y de la Comunitat y racionalice los gastos. Asimismo, es vital que se entienda que la cultura contemporánea es un espacio convergente de diálogo y discusión, de creatividad liberada de partidismos y posicionada como registro de la época que le ha tocado vivir, y no el oficio de un sector repleto de gente rara y ensimismada. La solución no pasa por cerrar espacios, por cancelar festivales, por dejar que empresas privadas gestionen los recursos que les ponemos en bandeja los ciudadanos con nuestros impuestos, sino que pasa por hablar con los sectores implicados y plantear la cultura como una fuente de riqueza inmaterial y material. Es decir, no como una idealización, ni recurriendo a los tan socorridos milagros, sino como una posibilidad real y que, en muchas ciudades europeas y mundiales, funciona y da beneficios. Sobre gustos hay mucho escrito y, créanme, sólo hace falta leer un poco más para encontrar soluciones próximas a realidades cercanas.