El espejo del coleccionista

Publicación para la muestra de la colección fotográfica Las mujeres y los niños primero. Fundació Bancaixa, Sagunto. Noviembre de 2009.

“Hay cosas que no deberían cambiar, cosas que uno debería poder meter en una de esas vitrinas de cristal y dejarlas allí tranquilas. Sé que es imposible, pero es una pena. En fin, eso es lo que pensaba mientras andaba.”
El guardián entre el centeno. J. D. Salinger

La cita tomada del popular libro de J. D. Salinger es una singular síntesis de esta novela, pero también representa la finalidad figurada de muchas fotografías de pretender parar el tiempo. Capta por un lado el carácter nostálgico de su protagonista, donde se desgrana la pérdida de una inocencia infantil que nunca volverá, e inmediatamente oculta este sentimiento tras el pragmatismo semi depresivo del adolescente que es Holden Caufield, consciente de que las cosas no puedan ser, pese a todo, de otra forma. También la fotografía puede verse como el intento de dejar algunas cosas tal como están, aun sabiendo que lo único que consigue es detenerlas una fracción de tiempo y que éstas continúan después su discurrir de forma inexorable. Es común el carácter nostálgico de la fotografía, su función como sustitución de la pérdida, su resolución como síntesis de situaciones vividas.
Por su peculiaridad como registro, además de otras características que la hermanan con el arte, el cine o el archivo, la fotografía siempre lleva adosada una connotación social; un cierto testimonio visual que transporta a quien la observa hasta el momento histórico cuando fue realizada esa imagen, al tiempo que también se agarra al propio presente en que es de nuevo vista con la mirada y la experiencia actuales, y con los “datos extra fotográficos” que añadimos a su mera presencia. Este presente pretérito o pasado presentizado es una peculiaridad que comparte la fotografía –aunque con una menor vivacidad– con el cine, donde el movimiento y, por lo tanto, una mayor sensación de verosimilitud con la realidad surge en cada nuevo visionado.

La incorporación de la fotografía al terreno del arte potenció la visibilidad de la relación entre la vida del autor y su obra, al tiempo que normalizó su indivisibilidad cada vez más patente. La capacidad de la imagen fotográfica de ser registro de cualquier situación (bien sea personal, social o histórica), unido a la inmediatez de su proceso y la fidelidad al referente, le han convertido en el medio idóneo para reflejar experiencias personales. Sin embargo, es de sobra conocido el cambio de rumbo espectacular que la fotografía contemporánea (adosada o no al mundo del arte o potenciada o no desde éste) ha experimentado en las últimas décadas, pasando de una clara intencionalidad de registrar la realidad desde el punto de vista de que “aquello existió” o el “yo estuve allí”, al actual donde la realidad se construye o se genera con la intención de que parezca que eso es así o que podamos haber estado allí, en ese lugar recreado virtualmente o teatralizado para la ocasión. El cambio que se deriva de ambos planteamientos no puede pasar desapercibido, pues confirma el fin agónico de la fotografía como prueba testimonial y se adentra en la generación de imágenes plena y conscientemente subjetivas.

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