Delimitar la incertidumbre

La obra de Bleda y Rosa a través de las incógnitas del espacio, el tiempo y la historia

Texto realizado para la publicación de las Becas Art Visual, Generalitat Valenciana, 2001

I.
Con motivo de la construcción de un complejo educativo-científico, en un área determinada llevaron a cabo el proceso típico de extracción de tierra para realizar dos sótanos y los cimientos sobre los que sustentar el resto del proyecto. Esta zona está inmersa en la parte más antigua de la ciudad, con lo que las primeras capas de tierra estaban sembradas de restos arqueológicos. Vasijas, restos arquitectónicos y ornamentales, osamentas, cráneos, ladrillos y azulejos de diferentes etapas y estilos formaban la gran y espesa alfrombra sobre la que los edificios hoy derruídos habían sido construídos y vivido su total existencia. Así pues, siguiendo con los rituales de las teorías arqueológicas actuales, las primeras capas se trataron con sumo cuidado. Numerosos expertos y peones cavaban palmo a palmo la zona, tratando con mimo y limpiando con pinceles los encuentros sucesivos, los cuales se documentaban, trasladaban y guardaban cronológicamente. Tras esta primera etapa cargada de sub-capas de información primigenia, venía otra de puro trabajo de maquinaria pesada. Toneladas de tierra se cargaban con grandes máquinas excavadoras dentro de los contenedores de camiones pesados. Toda esa tierra que completaba los miles de metros cúbicos necesarios para liberar los ocho metros de profundidad necesarios para emplazar allí los dos sótanos y los cimientos del complejo, tenía el especto de las cosas naturales que nunca han sido trasladadas, ni utilizadas, ni vividas. Aparte de los lógicos (y sin duda innumerables) cambios producidos por las transformaciones del terreno, se antojaba como una porción de materia nunca antes sembrada, edificada, o siquiera vista. Se podía imaginar gran parte de la ciudad vista tres mil años antes, sin construcciones, con vegetación autóctona -ahora tan atípica- y con el paisaje del color general de esa tierra virgen trasladada por los camiones en tiempo récord. Por un momento se adquiría la impresión de poder volver atrás en el tiempo y, en cierta forma, no ya sólo imaginar el entonces, sino sobre todo creer en la posibilidad de poder empezar desde entonces. Esta considerable extensión de tierra poco a poco se fue cubriendo. Primero que nada, incluso cuando sólo se estaba empezando a excavar, vino el anclaje del terreno. Tras la sensación de ver la tierra que nadie antes había visto, llegó la losa de hormigón que aguantaría el peso y la estructura general de los edificios. Luego, los encofrados de hierro y hormigón fueron ascendiendo casi vertiginosamente hasta formar una edificación que estaba ideada para sobrevivirnos muchos decenios y arrancarnos de la cabeza la alocada idea de querer volver -por culpa de un fragmento de tierra visto en un relámpago de tiempo- a empezar desde un origen infructuoso y esperanzador.
Todo el proceso parecía haber tenido la misma estructura de la que están formados los sueños: intensamente sentida pero lógicamente irreal.

La empresa constructora junto con el organismo público promotor de la obra habían instalado varias cámaras de vídeo en el punto más alto de un gran poste metálico, las cuales realizarían un seguimiento constante de los diferentes procesos de transformación del lugar. Cada hora de cada día de trabajo tomarían una fotografía de la situación actual del terreno y ésta podría ser vista en directo desde la página web que el organismo público había publicado para la ocasión. Finalmente todas las imágenes fijas formarían una continua ilusión de movimiento donde se observarían todos los pasos que llevaron hasta aquí. Desde el derribo de los edificios que habían tranformado y ocultado el pasado del suelo y así pues la historia, pasando por el proceso de excavación de las diferentes capas y extracción de toneladas de tierra inédita, hasta completar las diferentes fases de construcción del complejo arquitectónico. Un proceso de tres años de trabajo (símbolo de tres mil más) recreado en algo más o algo menos de tres minutos de movimiento ilusionista. Una perfecta síntesis de lo que fue y representa ahora el tiempo necesario para hacer historia, o mejor aún, para acabar con ella.

II.
Se puede argumentar que la fotografía es ese momento en que algo que es presente se vuelve pasado casi inmediatamente después de ser retratado. Y, en cierta forma, también puede el hecho fotográfico querer retrotraer hasta el presente aquello que ocurrió en el pasado y que, sin duda, no existió como ahora se muestra, pero sí evoca lo que pudo ser. Esta última opción es una clara utilización a la inversa del medio fotográfico, el cual pierde su poder de presentarse actual y nuevo para convertirse en una prueba recordatoria de la historia que lo retratado dejó escrita.

Desde una perspectiva personal, una pareja de fotógrafos deciden recordar episodios concretos de la historia a partir de fotografiar espacios que tiempo atrás fueron sus escenarios más o menos certeros, más o menos decisivos. El trabajo de los fotógrafos es, de alguna manera, documentar desde su momento presente una selección subjetiva de hechos históricos contados en los libros de historia y las enciclopedias desde un punto de vista también subjetivo pero aceptado como válido. Esta operación se plantea desde adentro hacia afuera. El primer acercamiento tiene que ver con espacios familiares, lugares en ocasiones habitados por los protagonistas o muy similares a los realmente vividos. Una primera serie sobre campos de fútbol muestra estos espacios vacíos, utilizados y utilizables pero en ese momento abandonados. No existe rasgo alguno de presencia humana; aparece repetidamente una sola portería; en ocasiones las rayas del terreno de juego, otras veces algún muro que delimita el rectángulo o los cipreses anunciando un cementerio próximo. Ambientes grises y recuerdos próximos en el tiempo, lejanos en la memoria.

Tras esta primera etapa de mayor cercanía, deciden poner en práctica gran parte de las teorías históricas recogidas sobre batallas concretas que en un momento u otro resultaron determinantes. No se muestran restos de las afrentas, pues en la mayoría de los casos no existen, aunque su concepción panorámica bien puede remitir al momento después del enfrentamiento. La serie muestra las fotografías divididas (o según se mire multiplicadas) en dípticos, recordando los dos bandos que se enfrentaron y, en cierta forma, la estructura formal de las imágenes está voluntariamente influenciada por las grandes pinturas de batallas o el cine bélico de época. Según se sabe, la experienca de visitar un lugar concreto nunca es igual para dos personas y la experiencia del visitante siempre observará, con ojos nuevos, lo que el paisaje o el lugar ofrecen. Después surgirán las controversias sobre el episodio en cuestión entre la idea de batalla retratada en los textos históricos y la versión heredada por los habitantes del lugar: descendientes de los protagonistas, de los testigos y en parte como ojeadores perennes de los restos esparcidos, semiocultos, desaparecidos.

¿Qué resultará más veraz, los textos descriptivos de los historiadores -sin duda con mayor número de datos, con una base cognitiva más educada- o las historias (la misma palabra utilizada en plural y sin embargo con menos peso) que cuentan los descendientes de los descendientes de los testigos?
En cierta forma, para estos dos fotógrafos que acuden a poner imágenes a sus teorías, cualquier explicación es válida; la probada científicamente y la vivida en persona; la prueba de una punta de flecha que un lugareño muestra agradecido y la investigación teórica que un historiador vislumbra desde un mesa repleta de datos y documentos. Porque, finalmente, el medio fotográfico no puede dejar de serlo, y siempre retratará ese momento y no otro: mucho tiempo después de aquello por lo que se viajó hasta allí, pero siempre mucho tiempo antes del final de los tiempos. Un punto, en definitiva, intermedio.

III.
Como el recorrido de una cámara que se va alejando, el trabajo de Bleda y Rosa ha ido de lo particular a lo general. No es que no existieran datos universales en el tratamiento de unos campos de fútbol en momentáneo abandono, ni tampoco que no existan motivos personales y decisiones subjetivas en la serie acuñada Ciudades. Pero la sensación de alejamiento se ve reflejada también físicamente; cambian los emplazamientos bajo el principal motivo de presentar, desde el ahora, lugares concretos de ciudades que desaparecieron con el paso del tiempo, bajo el peso de una historia maleable.

El complejo educativo-científico que vimos construir ya es una realidad. Las nuevas obras tienen el magnético poder de hacernos olvidar casi instantáneamente el aspecto de lo que hubo antes de que existieran los edificios integrados ahora en el entramado urbanístico de ese área. Pero no sólo sirvió para re-escribir la historia moderna del lugar, donde empezaron a llegar personas desde diferentes barrios de la ciudad para desarrollar allí diferentes actividades, sino que ha resultado una pieza clave en la historia más antigua, aquella que intenta buscar una linealidad cronológica a partir de los restos encontrados bajo su superficie. Los diferentes niveles de hallazgos dieron pistas clarificadoras de la utilidad pública y privada de la zona a través de los siglos y las diferentes dominaciones. Fueron determinantes los restos encontrados para delimitar los bordes de la ciudad en lenta y continua expansión, los límites de una generalizada incertidumbre. Dudas considerables sobre la propia identidad son ahora sólo dudas técnicas, a la espera de nuevos hallazgos que reafirmen más sus teorías.

Como casi todo lo que se impone para marcar una época, siempre se llega tarde; el interés público por reafirmar la historia a partir de la identidad llegó cuando ya se habían perdido pistas tan claves y elementos artísticos tan importantes que la propia historia, en muchos aspectos, sólo adquirirá la categoría de leyenda o, a lo sumo, de mera hipótesis. La degradación lógica se ha visto unida desde el más temprano estadio histórico a la destrucción de lo anterior o, en los casos más benévolos, a su re-utilización con todo tipo de añadidos, sumándose a la época presente una continuada especulación del suelo y del patrimonio histórico-artístico. Nada nuevo que deba sorprendernos, aunque tan viejo que sí debería escandalizarnos.

Así pues, los historiadores Bleda y Rosa, accidentalmente artistas y expertos fotógrafos, o expertos artistas e historiadores por accidente y curiosidad que utilizan la fotografía para reafirmar sus estudios, utilizan un concepto tan general como es el de “ciudades” para, en cierta forma, volver inteligible lo fugaz. En este caso lo fugaz es la propia historia que existe sobre los lugares que fotografían, evidenciando que además de ser una ciencia en continuo progreso y por ello incierta, tiene la obligación de admitir sus faltas. Éstas han sido a lo largo de su existencia esencialmente de dos tipos: aquellas que por no poder alcanzar un estadio de clara comprobación han intuído el resultado y todavía persiguen una débil luz que decante sus teorías, y las que directamente conociendo o no el origen, sabiendo o ignorando el resultado, han ofrecido una visión partidista de los hechos obedeciendo ideas políticas e interesadas.

Sobre el comprometido asunto de la inevitable interpretación histórica de los hechos, la fotografía no puede ofrecer mas que su alto poder presente. Nada que no esté visible podrá ser retratado, a no ser que se recree, generando una ilusión que no es, por cierto, el interés de la obra de Bleda y Rosa. Con lo que su trabajo fotográfico, resultado de un interés histórico, adquiere una presencia ambivalente: por un lado de contención, pues se limita a localizar lo que exista tal como esté, sin ánimo de cambiar o interpretar nada; por otro de libertad, pues el conocimiento de lo que suponen los límites de la fotografía cuando se centra en temas pasados, -donde sólo puede mostrar pequeñas evidencias de una mayor que ha ido perdiéndose- ofrece la libertad del encuentro que, por pequeño que sea, siempre representa un hito.

En cierto sentido, lo que ponen de manifiesto las fotografías de Bleda y Rosa es una sensación hermanada entre lo que existe en la teoría (recuento de las experiencias de una época) y lo que se encuentra en la actualidad en ese mismo lugar. A estos dos puntos más o menos acercados o alejados los une el trayecto físico, el recorrido, el viaje en definitiva; elemento principal en la fundación de un asentamiento, así como prueba feaciente de la existencia de distancias físicas, además de temporales, entre diferentes puntos históricos.

Tal vez sea la expectativa creada, la curiosidad de qué se va a encontrar y la comprobación de que lo esperado y estudiado en cierta forma está allí, lo que relaciona el trabajo de estos fotógrafos con los de un arqueólogo.
En el complejo educativo-científico hubo que perder para ganar más; se perdieron algunos elementos arquitectónicos interesantes de los edificios derruídos para ganar una pieza clave en la reconstrucción de la historia del lugar, junto con hallazgos de gran valor. En la serie Ciudades, Bleda y Rosa viajan hasta el presente de esos lugares del pasado primero para reafirmar los conocimientos adquiridos y comprobarlos in situ, después para recordar que existieron y, por último, para sentir la recompensa de disfrutar de un lugar que, sin duda, y aunque apelmazados en sus pobres restos, siguen conservando toda la historia que los hicieron célebres o desafortunados.