Texto incluido en la publicación Cadáveres exquisitos. Intervenciones sobre obituarios de periódicos 2001-2014, de Txuspo Poyo.
Porque el tiempo es una amenaza que siempre cumple su pronóstico, la cultura ha luchado –y sigue luchando– contra él. Lo saben los cineastas, o al menos, algunos de ellos. Andrei Tarkovski esculpió con el tiempo una obra concisa y exquisita donde cada segundo posee la duración simbólica de una eternidad. Y Naomi Kawase se aferró al cine cuando descubrió cómo el tiempo se escapa indefectiblemente de las manos, como un oro lÃquido. La cámara se convierte entonces en un sujeto que prolonga la mirada del cineasta, y sus respiraciones se acompasan. Kawase relata la experiencia de la primera vez que escuchó funcionar su cámara súper8, y la compara con una respiración. Aquello que tenÃa en sus manos era un sujeto que respira cuando tú decides que lo haga. Un poder inmenso que comprime el tiempo en una cápsula de mirada individual y documentada.
Pensar en Iván Zulueta es hablar de ese prodigio de entusiasmo que es Arrebato (1979), ejemplo icónico de un cine realizado en España de manera precisa y amateur, una combinación nada sencilla ni tampoco prodigada o incentivada, salvo quizás ahora en el etiquetado como “nuevo cine español†que, básicamente, son buenas ideas realizadas con un presupuesto ajustado y recursos básicos, a medias entre lo artesanal y lo artÃstico, y con un gran conocimiento visual del cine y su vinculación con la vida. Esa combinación de elementos Zulueta supo exprimirlos de manera arrojada e inteligente varias décadas antes, añadiendo además un componente epistemológico: lo espectral que cualquier imagen proyectada o en movimiento posee y las sensaciones posteriores que genera. Una conexión entre diferentes realidades que lucha por convertir lo importante en objeto, no tanto en imagen; como si la imagen en movimiento fuera demasiado volátil como para certificar su presencia más allá de la memoria.