Tania Blanco: de pintar un mundo, a pintar el mundo

Texto a propósito de la obra de Tania Blanco.

Con la estética generalizada, el poder político de signo autoritario se apropia de los recursos del arte para extender su discurso de propaganda. La estética difusa, como una versión posterior y más sofisticada, se diluye y penetra sin aspavientos, con eslóganes amables, en la esencia de casi cualquier asunto: la elección de la mercancía como fin en sí misma. De la primera, concluía Walter Benjamin que “es la clase de estetización de la política practicada por el fascismo. La respuesta del comunismo es la politización del arte”[1]. Con la segunda no pudo lidiar el teórico comunista Giulio Carlo Argan, desbordado por la época inmediatamente posterior a la Modernidad. Para él, los enemigos de la estética eran la política y la tecnología, siempre atentas para apoderarse de sus cualidades y hacérselas propias. Guy Debord añadió una tercera pata, lo que él denomina “lo espectacular integrado” que, en cierta forma y según contextos, exhibe características de la primera o de la segunda, si bien se asienta sobre ésta, y “que hoy tiende a imponerse en el mundo entero”[2].

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