Publicado en Revista mono #8 Perdedores, mayo de 2007
Existe una cierta plusvalÃa temporal en el hecho artÃstico cuando la obra se realiza con la intención de que perdure más allá de la vida de su creador. Este hecho, tradicionalmente ineludible o no cuestionado en origen, adquiere otro cariz bien distinto cuando la obra no se realiza para ese fin, deseándose por el contrario efÃmera o no perdurable. Numerosos ejemplos del arte desarrollado en especial a partir de los años sesenta del s.XX nos ofrecen una nueva pauta de relación entre artista, obra y audiencia que intenta, como poco, subvertir el concepto de eternidad del medio artÃstico. Determinados performances, obras de acción, intervenciones en el espacio público… fueron subsumidas por el paso del tiempo salvo en los ejemplos, numerosos por otro lado, en que han quedado registrados de alguna forma fÃsica, en especial por fotografÃas documentales y pelÃculas de 8mm, 16mm o vÃdeo. HablarÃamos entonces de una nueva plusvalÃa artÃstica post-obra cuando las fotografÃas y/o las pelÃculas realizadas se ofrecen al ávido mercado artÃstico en forma de ampliaciones desproporcionadas al hecho mismo que retratan o en testimonios audiovisuales que se equiparan con otras producciones realizadas con una finalidad cinematográfica. Convirtiendo en papel mojado la originaria y tal vez firme pretensión de no acabar engrosando los denostados volúmenes de la historia del arte.