Texto incluido en el fotolibro B, de Pau Roca, editado por Handshake.
En fotografÃa, lo primero fue la mirada. El medio llegó más tarde, decenas de siglos después, como un rompecabezas de piezas dispersas que se pudo completar recién iniciado el segundo tercio del siglo XIX; una amalgama de procesos ópticos, quÃmicos y estéticos trabajando como un grupo musical, cada cual haciendo su labor pensando en un resultado común. Más tarde, devino lenguaje. La pretensión de retener lo más significativo que pasaba rápido delante de nosotros —incluyendo las personas que desaparecÃan y que, al hacerlo, dejaban apenas una latencia de su vida en los demás— ha sido una pulsión humana inseparable de nuestra existencia. De ahà que la idea de origen esté ligada siempre al concepto de pérdida; y la fotografÃa, al de registro. ¿Quién no habrÃa hecho lo mismo? ¿Quién no hubiera deseado registrar el tiempo, y por lo tanto detenerlo, como una acción hasta entonces solo destinada a dioses sordos y poderosos, invisibles y arrogantes? La ciencia puso en práctica lo que ya se sabÃa en la teorÃa, es decir, lo que ya se habÃa imaginado como posible. Más tarde aún, y como el elixir de un alquimista, fue llegando su literatura comparada. Y fue solo entonces, con la aparición del discurso ensayado y vuelto a intentar, cuando los humanos derivamos en seres poderosos y arrogantes, en semidioses definidos por su suerte.
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