Maya-Marja Jankovic. Reconstrucción de la identidad

Publicado con motivo de la instalación de Maya-Marja Jankovic ¿Qué pasó con los dioses griegos?, Arts Visuals, Castelló.

“Occidente está en deuda con Grecia. El mundo tecnológico en el que vivimos se lo debe todo.” Jean-Luc Godard

[…] “Ten a Ítaca fija en la mente. / Llegar allí es tu vocación. No debes, sin embargo, forzar la travesía. / Mejor que se prolongue muchos años; que arribes a tu isla siendo viejo, rico con lo ganado en el camino, sin esperar a enriquecerte en Ítaca. / Ítaca te dio ya la travesía. / Sin ella, no hubieras emprendido la jornada; y no puede darte más. / Y si la encuentras pobre, no hay engaño. Te hiciste sabio y experimentado: ya entiendes el sentido de las Ítacas.”  Constantino Cavafis. Traducción de Juan Ferrate.

En el filme La mirada de Ulises (To vlemma tou Odyssea, 1995) del director griego Theo Angelopoulus, el protagonista principal realiza un viaje desde Grecia (adonde ha vuelto tras varias décadas de exilio) hasta los Balcanes en busca de lo que él denomina “la primera imagen”. Ésta es en realidad un película realizada por los hermanos Manakis en los orígenes del cine, que muestra a unas hilanderas en el proceso de hilar la lana, es decir, de “convertir en hilo las fibras textiles”, lo que es sinónimo de preparación de un principio. A lo largo del metraje vamos recorriendo junto con el protagonista, cuyo nombre es A. en clara referencia al origen, una serie de países y paisajes que conforman la debacle del territorio europeo de ese momento, la pérdida de una identidad cultural y el certificado de defunción de las ideologías. Esa identidad cultural perdida tiene su origen en Grecia, donde todo lo que conforma nuestra sociedad actual nació o se generó, por más que ahora nos la ofrezcan como el espejo donde ya no podemos mirarnos sin ver el fracaso de nuestros intentos repetidos de ser más libres, más cultos y, así pues, más ciudadanos. El taxista que ayuda al protagonista a cruzar la frontera griega, le dice: “Grecia se muere, nuestro pueblo se muere. Hemos cumplido nuestro ciclo histórico. Tres mil años entre ruinas y ahora, agonía. (…) Pues si Grecia debe morir, que sea rápido… la agonía es muy larga y duele demasiado.” Si tenemos en cuenta que esta película es del año 1995, podremos calibrar la importancia de los sucesos actuales, derivación todavía inconclusa de una situación que se remonta históricamente.

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Crítica: Pintura como experiencia como recuerdo. José Saborit

Publicado en Posdata, suplemento cultural de Diario Levante-EMV. 11 de mayo de 2012

Pintura y caligrafía comparten la importancia del trazo, la dependencia de la superficie para ser visibles y devenir lenguaje. Al hablar de pintura y escritura, sin embargo, estos niveles rasantes difieren. La escritura es el relato, no el trazo; la pintura puede ser el discurso, no ya la pincelada o incluso el estilo. Este juego de semejanzas no deja de ser una interpretación favorable al discurso de este análisis, deseoso de encontrar algunas de las razones por las que José Saborit (Valencia, 1960) pinta casi exclusivamente paisajes (marinos) que impiden al espectador adentrarse en ellos o sentirlos como una experiencia propia.

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El valor de la cultura

Es de necios confundir valor y precio. (Antonio Machado)

Cuando miramos alrededor y observamos el ámbito cultural tan depauperado que tenemos, sólo se ve ausencia. Si fuera una película del oeste, las bolas del desierto rodarían por las calles, podríamos invitarles a entrar, para que reemplazaran el recuerdo de quienes decidieron marcharse. Nos hará compañía su mezcla de ramas secas, polvo y bolsas de plástico. Esta visión es exagerada, dirán los optimistas de pro y los neo-all; “Basta ya de lamentos”, se oirá desde el gallinero, desde la platea, desde el escenario incluso. Trabajemos y hagamos, al margen de, a pesar de las instituciones. Welcome to the Big Society, donde todo es para el pueblo, pero siempre y cuando acceda a trabajar sin cobrar por su trabajo. Voluntariado y voluntarismo social y cultural.

El precio de la cultura ha ofuscado su verdadero valor. Al poner ahora juntas las cifras del desastre, es decir, si decidiéramos desempolvar el coste de los innecesarios fastos culturales zaplanistas y ciscaristas compuestos de bienales, congresos mundiales, megalomanía, ciudades de todo tipo y condición, infraestructuras de las que ya sólo queda el “infra” desestructurado, vacío como siempre estuvo incluso en su ideación primera… Si pusiéramos esto ahora, encima de la mesa, y lo comparáramos con lo que pervive a día de hoy, entenderíamos que estemos como estamos; y nos serviría también como ejercicio rápido de mise-en-scène: ¿cómo puede quedar lo queda habiendo lo que hubo? ¿Dónde está el resto?

La cultura, y más exactamente la cultura contemporánea, siempre ha habitado un lugar liminar entre el patrimonio cultural y la proyección del pasado en el presente, un revisionismo ad infinitum de artistas neoclásicos, cuando no clásicos del todo. Por más que a muchas voces les haya faltado tiempo para denunciar una “burbuja artística” en el Estado español de las autonomías (también parece que prescindibles), habría que corregirles, pues la burbuja fue inmobiliaria, urbanística, de exceso de construcción, incluso cuando parecía que hablaba de arte visual o plástico, de artes escénicas, incluso de deporte… Lo único que existió fue la obsesión por crear espacios, por construir supra-estructuras, por entablar conexión con el mundo de las finanzas, de la construcción y de la banca. El valor de lo cultural no está, sin embargo, en el coste de sus estructuras, ni en el precio de sus entradas; éste reside en su voluntad de ser por más que le impongan su imposibilidad de seguir estando. Todo lo demás, como indicaba el poeta, es de necios.